José Alvear Sanín
José Alvear Sanín
Se han citado en La Habana dos movimientos comunistas de obediencia castrista para anunciar que “cesan el fuego”, que el primero de ellos había cesado contra el otro desde hace 10 meses.
José Alvear Sanín
Caído en desgracia, desesperado, borracho y deschavetado, Benedetti es grabado, y sus iracundas revelaciones parecen indicar que el presidente es un psicópata hiperexcitado, que su “mano derecha recién parida” es una voluble aprendiz de bruja a la que se le subió el champán a la cabeza, y que él mismo no es más que otro desechable, cómplice de negocios y farras dentro de un combo soez y corrupto donde la moral se reduce a ¡Sálvese quien pueda!
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El exministro Rudolf Hommes, arrepentido votante de Petro, se acerca a la verdad cuando califica el veloz y venal avance de la reforma a la salud como una película de terror; pero se queda corto, porque ese proyecto es apenas uno de los episodios que confluyen en la grande e incesante película de terror que estamos viviendo en Colombia, donde cada mañana cae abatida otra institución y a cada rato desciende de las nubes el albañal de trinos e improperios, cada vez más vulgar e insidioso.
José Alvear Sanín
La terrible historia de los niños perdidos en la más densa selva conmovió al mundo entero, y por eso toda la humanidad respiró feliz algunos minutos cuando Petro declaró que los pequeños habían aparecido.
José Alvear Sanín
Al regresar de su bufa visita a España, Petro, “con carita de yo no fui”, se encontrará con dos sorpresas: la aprobación del Plan Nacional de (sub)Desarrollo (PND) y la toma de la Plaza de Bolívar por las guardias campesinas.
José Alvear Sanín
La figura del avestruz evoca a quienes entierran la cabeza para no ver lo que pasa a su alrededor, posición tan incómoda como inútil.
José Alvear Sanín
Aunque la mayor parte de los colombianos se da cuenta de que vamos por muy mal camino, la perplejidad apenas se refleja en la expresión “¡No sabemos para dónde vamos!”, repetida hasta en apreciables columnas de opinión.
José Alvear Sanín
De vez en cuando conviene recordar gracejos de esos que todos conocemos, como el del odontólogo y su paciente. Desesperado por el dolor el paciente agarra las partes íntimas del profesional, y cuando éste grita, el primero le propone: ¡Hagámonos pasito!