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José Alvear Sanín   

El exministro Rudolf Hommes, arrepentido votante de Petro, se acerca a la verdad cuando califica el veloz y venal avance de la reforma a la salud como una película de terror; pero se queda corto, porque ese proyecto es apenas uno de los episodios que confluyen en la grande e incesante película de terror que estamos viviendo en Colombia, donde cada mañana cae abatida otra institución y a cada rato desciende de las nubes el albañal de trinos e improperios, cada vez más vulgar e insidioso.  

La regresión asistencial, para transitar  desde el más exitoso modelo sanitario del continente hasta el menos eficaz, el de un país paupérrimo y mendicante, carente de tecnología médica y de farmacia moderna, causa la mayor angustia tanto a los sanos de hoy (los enfermos del mañana), como a los pacientes actuales, y a los ancianos, que avizoran un futuro aterrador en hospitales mugrosos, carentes de medicamentos y donde no se conoce la atención paliativa del dolor, como en la pobre isla famélica de los Castro…

Desde luego, esa es la parte más aterradora de la película. ¿Pero qué decir de un país cuyo gobierno, en lugar de propiciar la generación de empleo elimina la dinámica empresarial, esfuma el ahorro pensional y prepara la colectivización agraria —hambruna crónica propia del comunismo—, mientras destruye deliberadamente la industria extractiva que sustenta la economía legal?

Pero si las tomas iniciales de la película, referentes a lo monetario, son atroces, las siguientes no son menos aterradoras: Desaparición de la autoridad, sustituida por variados grupos parapolíticos armados al servicio de narcos, mineros ilegales, etnias invasoras y guerrillas que en los territorios donde imperan controlan desplazamientos, reclutan menores de ambos sexos, fijan horarios para la vida, definen las siembras, e imparten hasta “justicia” …

El guion de las películas de terror sigue siempre el mismo derrotero. De la paz y la normalidad se va pasando, a velocidad siempre creciente, con episodios cada vez más violentos y lacerantes, hasta el inevitable clímax de sangre y muertes, que se interrumpe milagrosamente para asegurar el éxito económico del film, por un acontecimiento inesperado que salva a algunos de los buenos y castiga a los sádicos y despiadados malhechores.

Así, por lo menos, pasa en el cine. Pocas veces en la historia, que exhibe numerosos casos en que la orgía sangriente perdura incontables décadas.

Ahora bien, la película de terror que se está filmando en la Colombia actual no es obra de un régisseur amateur, porque su director es un experto terrorista profesional, con medio siglo de práctica, secundado por los más torpes, ignorantes y rapaces actores en todos los sectores del desarrollo de su proyecto político.

Nunca le faltan numerosos fans al género de terror, aunque siempre discurre por cauces inalterables. Por eso en Colombia, a pesar de haber visto los films de Cuba, Nicaragua y Venezuela, compramos el tiquete funesto.

Ojalá un providencial e inesperado suceso, como en Chile o Perú (donde está renaciendo la esperanza), interrumpa esta filmación, para que salgamos de este lúgubre teatro donde estamos confinados, agarrados del asiento, hacia la luz del amanecer, en vez de seguir viviendo el aterrador suspenso del inevitable horror venidero, que nos sentimos incapaces de detener.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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