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Darío Acevedo Carmona*

¿Es posible y necesario que los colombianos tengamos a la mano una caracterización satisfactoria de lo que expresa constantemente, en todo tipo de auditorios y de públicos el presidente Gustavo Petro? Por parte de dirigentes políticos, analistas y columnistas y en redes, en marchas y recintos académicos se han lanzado apreciaciones u opiniones que describen el contenido de su parlamento como demagógico, populista, verborrágico, culebrero, mitómano, indecoroso, diletante, ofensivo, provocador, entre otros calificativos.

Considero que quienes gozan de un alto o mediano nivel de formación educativa y cultural no están obligados a refutar cada frase pronunciada de manera ligera, sin demostración, sin asidero o inspirada en momentos de ebullición de los jugos gástricos y de los bajos instintos. Por ejemplo, no hay por qué escribir un texto muy elaborado para refutar a quien dice que el mundo esta gobernado por dos tribus de extraterrestres, o a quien, como en el caso de Petro, preso de su rabia con las marchas del 21A sale a descalificarlas asociándolas con el paramilitarismo, el narcotráfico, la corrupción, la violación de los derechos humanos, etc. 

Sin duda, es necesaria la crítica elaborada ante tantas arbitrariedades y estupideces justificadas con pobre retórica. Y a fe que quienes lo han hecho, han demostrado la incoherencia, la falta de seriedad, el deseo de enredar, de distraer, el ánimo de pelea, la insensatez, la irresponsabilidad, la grosería que, de forma sistemática, exhibe el presidente Petro en todo tipo de intervenciones.

Petro echa discursos contra los hidrocarburos, cual profeta advierte el fin del mundo, posa de científico, de líder mundial contra el cambio climático, de profesor que con lápiz en mano educa a su auditorio, de economista, de filósofo, de historiador que destruye de un plumazo nuestro relato fundacional.

No es improcedente demostrar la falsedad e impertinencia de sus teorías y decires, para hacer ver las devastadoras consecuencias de sus locos y extraviados empeños.

Opino que todo lo que sale de su boca está impregnado de un vacío de sustento, de ligereza y de espontaneidad que encubre su altísimo grado de ignorancia, y así mismo, de irresponsabilidad cuando desliza el insulto y la mentira en el debate político.

Petro usa y abusa del lenguaje como cualquier charlatán de cafetín, no alcanza la altura de la retórica de un presidente, se contenta con el empleo de adjetivos y fraseología disociadora para ofender y distraer. Día por día lanza elucubraciones que suscitan escándalo. Cada vez se parece más a Chávez y a Maduro cuyos discursos abundan en diatribas, difamaciones, estrechez de pensamiento y en banalización del lenguaje. A este estilo debemos llamarlo adecuadamente: retórica basura, no sirve para nada bueno, estorba, es desagradable y puede ser dañina para la salud.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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