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Alfonso Monsalve Solórzano

Gente a quien aprecio, me señala que soy un pesimista radical cuando abordo la cuestión colombiana actual porque siempre en mis análisis tiendo a pensar que las cosas en el país van muy mal con el presidente Petro; que sus instituciones y la gente misma están siendo sometidas a un ataque sistemático para cambiar el modelo democrático que hemos logrado preservar, a pesar de los esfuerzos para acabarlo, realizados durante décadas por grupos armados ilegales que se han autodenominado guerrillas o autodefensas que han convergido en la gran tragedia nacional llamada narcotráfico, causa eficiente, desde los setenta del siglo pasado.

Mis amigos tienen razón en calificarme de pesimista radical; pero yo también la tengo al serlo, cuando caracterizo nuestro contexto. No hay motivos para el optimismo por parte de quienes dicen que nuestras instituciones son, hoy, tan fuertes que resistirán el embate petrista, y argumentan para ello que el sistema electoral funciona y que la prueba está en que Petro perdió las elecciones regionales pasadas; que, por otra parte, no hay reelección; que es chambón, improvisador,  carente de estrategia, experto en hablar y no hacer nada; que está altamente desprestigiado, envuelto en graves casos de corrupción, antes y en el ejercicio de su mandato y perderá, en consecuencia, los comicios del 2026; que, en realidad, no domina el congreso, como lo atestigua el hecho de que, salvo la reforma tributaria, no le ha pasado ninguna; que hay separación e independencia de poderes, que la tradición de lucha de los colombianos es muy grande, y un largo etc.

Y sí. Algunas de estas afirmaciones son ciertas, podría decir que la mayoría. Pero hay algunas, muy importantes que no lo son y hay otras que, siéndolo, no consideran. Veamos: lo que hace a Petro distinto a los otros presidentes, es que él no proviene de la tradición democrática de este país, sino de una organización narcoguerrillera totalitarista que se desmovilizó y aquí hay que recordar que alguien puede haberse desmovilizado por razones táctica o estratégicas, sin que abandone sus creencias. Pues bien, los colombianos hemos estado acostumbrados a presidentes que actúan dentro del marco de las instituciones y creemos que este impone límites que no se transgreden. Estamos seguros de que se respetará la voluntad popular y el equilibrio de poderes y se seguirán las normas de la Constitución, porque han sido presidentes comprometidos con el sistema democrático.

El problema es que esa creencia nos ha llevado a pensar erróneamente en la solidez a toda prueba de nuestra democracia. Y esto es cierto en el período comprendido entre el comienzo del Frente Nacional el 7 agosto de 1958, hasta el fin del segundo gobierno del presidente Uribe, el 7 de agosto de 2010, más de cincuenta años de tradición democrática. Pero esa tradición comenzó a derrumbarse en el gobierno de Santos, que desconoció el resultado negativo del plebiscito con las Farc y abrió la puerta a la avalancha de populismo e impunidad que hoy nos está tapando; y, si bien, Santos entregó el poder a un oponente, Duque, en el 2018, este, que tuvo un talante democrático indiscutible, con su actitud pusilánime,  permitió una erosión, todavía mayor  instituciones por parte de las hordas petristas de la primera línea -Petro reconoce que proviene de una de ellas- y sus aliados de los grupos armados ilegales,  erosión esta que les preparó su camino al poder.

El punto es que los colombianos nos quedamos con la creencia de que nuestro estado democrático era lo suficientemente fuerte para resistir el embate de Petro. Pero, estamos equivocados: hay un grave riesgo de perderlo, porque para esa gente, obtener y perpetuarse en el poder dictatorial es el objetivo final, y para conseguirlo y consolidarlo, todo está permitido: lo legal y lo ilegal, lo ético y lo antiético, la verdad y la mentira, a conveniencia. Y, también, porque estamos convencidos de que Petro no tiene un plan estratégico, es un improvisador y un parlanchín inofensivo al que los demócratas derrotaremos fácilmente en el 2026.

 Ambas premisas son falsas. Claro que hay un plan que considera escenarios múltiples, a veces simultáneos, en ocasiones secuenciales, según el desenvolvimiento de las coyunturas políticas del país. Intentan la vía legal para sus reformas, haciendo uso de todas las artimañas políticas facilitadas por el espíritu mercenario de políticos en el congreso; pero si no les funcionan, preparan métodos coercitivos desde el gobierno, desde la calle y dese las regiones. Y no dudan en ejecutar maniobras criminales, con tal de lograrlo: para imponer la reforma a la salud, no les importa poner en riesgo de muerte a centenares de miles de pacientes de enfermedades graves, catastróficas o raras, impidiendo la importación de los medicamentos que necesitan, para culpar a las EPS. Esa práctica de sacrificar un mundo para pulir una reforma (parodiando a Guillermo Valencia cuando leía a José Asunción Silva), se constituiría en un crimen de lesa humanidad que habría que denunciar ante las autoridades penales colombianas e internacionales, si ese cerco tiene éxito. Además, si no le aprueban la reforma laboral, amenaza con perseguir a empresarios y trabajadores que han pactado contratos laborales altamente beneficiosos para las dos partes.

Presionan a las cortes para que les nombre sus funcionarios de bolsillo, pero si no acceden, aplican violencia física y sicológica para ablandar a los magistrados, mientras los pueden sustituir. El resultado, la elección de una fiscal que tiene serias afinidades con el ministro de defensa, y que difícilmente podrá tener independencia y autonomía frente a este y frente a Petro.

Intentan tomarse el poder electoral y, para hacerlo, no dudan en intentar doblegarlo mientras lo reforman para eliminar el pluralismo de su dirección, llegando al punto de que la SIC petrista se toma ilegalmente a la Registraduría para acceder a las bases de datos de los ciudadanos colombianos para ponerlas al servicio de sus fraudes proyectados.

Para ganar apoyos, no duda en recurrir a la mentira, como cuando dice que quienes se le oponen tienen gusto por la sangre y la tortura. Y como la libertad de prensa es una gran piedra en el zapato, si el intento de cooptar a los dueños de los medios con mega contratos o publicidad, no le funciona, entonces les dice que manipulan a la gente y la embrutecen, porque no se inclinan ante la luz infinita y cósmica de la verdad petrista revelada.

Simultáneamente, ya lo he dicho en otros artículos, instauran negociaciones con grupos armados ilegales, con quienes definirán la nueva estructura de poder y a quienes da carta blanca para que se expandan por todo el país y consoliden su poder militar y político en las regiones. Y recordemos que sus estructuras de gobierno no corresponden a las de un estado democrático de derecho, sino a una dictadura popular: los soviets. Ya Petro lo había mencionado en el pasado, pero lo reitera en el discurso de Cali, donde amenaza con una constituyente, intervención que recomiendo escuchar completa. En ella propone claramente que las comunidades participen en las mesas de negociación entre gobierno y guerrillas para hacer el “acuerdo humanitario”, es decir, las reformas que hay que efectuar para transformar la economía y la política del país, que ya sabemos, tendrán fuerza de ley y rango constitucional; y para que las comunidades, manejadas por ellos, “ordenen”. Pero, además, impulsa la creación de coordinadoras de fuerzas populares en cada municipio para movilizarse para el cambio. Es decir, gente organizada por el gobierno para presionar las políticas de este. Algo así como estructuras paragobiernistas, parapetristas, poque, dice “este gobierno” irá hasta donde ustedes digan” con un presidente que viene, como dije más arriba, orgullosamente, de “una primera línea”.

Que solo pasaría en el suroccidente del país, bastión del petrismo. Quizá, pero no olvidemos la capacidad de los grupos armados y de las primeras líneas para generar desorden en todo el país. Lo que ocurrió en Bogotá, Cali y Medellín, por ejemplo, puede servir de recordatorio. Pero vaticino que sería peor, ahora que tendrían el visto bueno y la protección del gobierno nacional y sus empoderados aliados.

Paralelamente, debilita a las fuerzas armadas, en uso de sus atribuciones, hasta un punto de no retorno para que no puedan cumplir su tarea constitucional fundamental de garantizar la soberanía interna y el estado de derecho, quede indefenso ante las fuerzas que lo amenazan y desaparezca, balcanizando el país en grupos que se disputan y consolidan territorios para el crimen organizado o manteniendo la unidad territorial para imponer una dictadura con unas fuerzas armadas fieles,  (lo que convierte sus atribuciones en acciones de traición a la patria. Y no es exageración: sacó a un gran número de generales para comenzar a poner sus fichas; luego, sabiendo que el poder aéreo es la ventaja estratégica que el estado colombiano ha tenido sobre los grupos armados ilegales, prohibió los bombardeos a campamentos donde se presume que estos criminales tienen niños, lo que impide que se les golpee desde el aire y fomenta el reclutamiento de menores como escudos humanos; después, evitó que la flota de cazas fuera reemplazada, y ahora sabemos que la mayoría de los helicópteros rusos está en tierra por falta de mantenimiento y no porque esto se nieguen a repararlos. Y ya sabemos, que, además, dejará de comprar armas a Israel, dejando sin reaprovisionamiento de fusiles y oras armas a nuestras fuerzas armadas.

Pues, bien. En ese escenario, imagínense la presión violenta en las calles y los campos, tomando el suroccidente como base estratégica territorial, será una de las estrategias políticas para imponer su poder y extenderlo a otras regiones. Hay gente que dice que las reformas no pasarán y no habrá constituyente, si no se las aprueban, porque para que una de estas se apruebe, se requieren una ley aprobada y dos convocatorias al pueblo para votar (según De la Calle, que fue constituyente) y que eso no ocurrir en lo que resta de gobierno, a no ser que Petro se dedique día y noche a hacerlo, lo cual es imposible.

Pero ya me dirán ustedes lo que sucedería en la eventualidad de que el congreso y las cortes, la registraduría, la fiscalía misma, estén siendo presionados constantemente las reformas o la constituyente, con paros, tomas de vías, enfrentamientos con las fuerzas del orden, asonadas, etc.; de las primeras líneas, con la participación de las milicias que ya están organizando los grupos armados y sectores como las mingas indígenas, campesinos y cimarrones y con las fuerzas del orden cada vez más debilitadas y con todo tipo de trabas para cumplir su cometido.  El país y sus instituciones estarán contra la pared y cualquier cosa que ellos propongan podría ser aprobada por la vía que sea.

No estoy diciendo que necesariamente vaya a ocurrir un escenario de estos, pero tiene una buena probabilidad de que suceda. De manera, que recomiendo a mis amigos una dosis de realismo en la lectura de la historia y la coyuntura actual de Colombia. Si eso es pesimismo, bienvenido sea. Porque si no se entiende lo que pasa, perderemos el país que conocemos. La ingenuidad y el optimismo injustificado, nos puede conducir al precipicio.

Publicado en Columnistas Nacionales

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