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Pbro. Mario García* 

Vivimos, quién lo duda, una época de desconcierto; es como si ya no tuviésemos certeza alguna; como si anduviésemos sin norte ni brújula; como si hubiésemos entrado en un dédalo inextricable y no tuviésemos, para buscar la salida, un hilo conductor. ¡Cuánto bien hacen, en coyunturas tales, los guías seguros, conocedores del camino, prudentes, atinados, y, sobre todo, firmes en la doctrina! ¡Y cuánto mal los que, por el contrario, señalan rumbos equivocados, o trastornan más, con sus desatinos y sus ambigüedades, los corazones y las mentes!

Publicó el periódico El Tiempo, el viernes 18 de este mes, dos páginas sobre el tema candente del aborto enfocado desde la ética; una de ellas del sacerdote jesuita Alberto Múnera, y la otra de doña Cristina Gonzáles V. “Cara a cara – reza el periódico- desde las ópticas pro-aborto y antiabortista”. Cuando leí lo anterior, pensé en una controversia; supuse, lógica, pero equivocadamente, que en la página del sacerdote encontraría expuesta, sin ambages, la doctrina de la Iglesia católica en relación con la vida y con el aborto a la luz de la fe y de la moral cristiana. Y me llevé un fiasco enorme, y una gran desilusión. En todo el texto no hay siquiera una mención de Dios como autor de la vida, o de su ley que prohíbe al hombre atentar contra ella; no encontré, en el texto del profesor de la Javeriana, la postura intelectual que hiciera frente, en forma erguida y sin miedo, a las teorías abortistas de doña Ana Cristina y demás partidarios del infanticidio intrauterino. No vi, francamente, el tal “cara a cara”. Quien quisiera encontrar, en la exposición del padre Múnera una orientación clara y sin ambigüedades, se llevaría el mismo desencanto que yo tuve. Terminé la lectura y relectura del texto preguntándome: bueno, al fin qué ¿el padre condena el aborto como lo hace la Iglesia, o más bien lo justifica?... Me parece que más bien lo segundo…

Y es que, -lo he expresado insistentemente en glosas anteriores-, estamos irremediablemente descaminados cuando desconocemos o negamos la existencia de una ley natural que viene del Autor de la naturaleza, que por eso mismo es universal, inmutable, está por encima de toda ley positiva, y  tiene que ser criterio obligado de toda calificación ética. Hace el padre Múnera afirmaciones verdaderamente inexplicables en un teólogo católico, y en cuyo trasfondo está, para quien bien analice, esa negación de la ley natural. Cito al padre Jesuita: ”No podemos hablar de una ética universal. (el subrayado es mío) La interpretación del comportamiento humano está situada en la historia, y por consiguiente sus referentes están sujetos a tiempos, lugares y personas. Esto determina que cada ética es relativa, no absoluta” . Y apenas ha caído en semejante lapso moral, parece que se asusta y rebusca un imposible disimulo a su desliz: ”Sin que esto signifique relativismo ético” (!)

Más adelante, se enrola, con insistentes argumentos, en las filas de quienes, para negar el carácter de homicidio que tiene el aborto, pretenden negar la existencia de una persona, desde el primer momento, en la célula fecundada. Y con lo anterior, el padre Múnera se sitúa por fuera de la doctrina de la Iglesia católica. Héla aquí : “…La ley natural implica su universalidad…La ley natural es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres…Los preceptos negativos de la ley natural son universalmente válidos, obligan a todos y a cada uno, siempre y en toda circunstancia…Se dan comportamientos que nunca, en ninguna circunstancia, pueden ser una respuesta adecuada, conforme a la dignidad de la persona…No se puede negar que el hombre existe siempre en una cultura concreta, pero tampoco puede negarse que el hombre no se agota en esa cultura; en el hombre existe siempre algo que trasciende la cultura; ese algo es la naturaleza del hombre, y precisamente esa naturaleza es la medida de la cultura y la condición para que el hombre no sea prisionero de ninguna cultura.” (He espigado en los números 51, 52 y 53 de la Encíclica VERITATIS SPLENDOR, de san Juan Pablo II)

“La doctrina social de la Iglesia individúa uno de los mayores riesgos para las democracias actuales en el relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para establecer el fundamento y la correcta jerarquía de los valores” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, C.E.C., N° 243)

La ley natural es “la que impulsa al bien y aparta del mal; la que antecede a todos los códigos del mundo…; la que es idéntica en todos los pueblos y permanece por todos los tiempos” (Pío XII, Discursos y Radiomensajes, XII, 13 – El Compromiso moral del cristiano, C:E:C, 1991)

“La ley natural, presente en el corazón de todo hombre, es universal en sus preceptos (Catecismo de la Iglesia católica, N° 1956)

“La ley natural es  inmutable y permanente a través de las variaciones de la historia, subsiste bajo los cambios de ideas y costumbres” ( Ib., N°1958)

¿Persistirá el padre Múnera en afirmar que “no podemos hablar de una ética universal”? ¿Y seguirá sosteniendo el punto de vista del relativismo, que hace depender la moralidad de los actos humanos de las circunstancias históricas, del momento y la cultura que los envuelven? ¿Desconocerá que hay actos, -y entre ellos está el aborto-, que son y serán siempre y en cualquier lugar grave pecado y crimen abominable, aunque una ley humana cualquiera los legalice o pretenda justificarlos?  ¿Podrá negar que sus afirmaciones son contrarias a enseñanzas tan categóricas como las aquí recordadas?

Como dije arriba, se engolfa el padre Múnera en las inanes elucubraciones de los abortistas sobre si es o no es persona el zigoto desde el momento de la fecundación. Pues bien, esto enseña la Iglesia: “Desde el momento en que el óvulo es fecundado se inaugura una nueva vida, que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre, la genética moderna le otorga una preciosa confirmación” ( Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe, nov. de 1974) Pero además, es que al esgrimir esta controversia en apoyo de sus afirmaciones, el padre Múnera está olvidando algo que yo aprendí y profeso desde mis ya lejanas mocedades, que conoce cualquiera que se haya asomado a un manual de ética filosófica, y que recuerda en forma luminosa la Encíclica Evangelium Vitae; y es que:  “ Desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano” ( S. Juan Pablo II,  E.V., N° 60)”  “El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción” (Sagr. Congr. para la Doctrina de la fe, Instrucción DONUM VITAE, 1987) “Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características especialmente graves e ignominiosas…Ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas: el aborto es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano” (Evangeliun Vitae, san Juan Pablo II, N° 58)

Es claro: posturas tan inseguras, tan anfibológicas, tan medrosas como las del P. Múnera, no son compatibles con lo que enseña la sana doctrina. El miedo a definirnos, el no situarnos paladinamente en líneas doctrinales irrenunciables, nos hace mucho daño. Hoy, cuando discurren tantas ideologías equívocas y deletéreas, cuando fuerzas oscuras arremeten contra los fundamentos mismos de la ética cristiana, es nuestro deber llamar las cosas por su nombre: todo aborto provocado es un homicidio.

En esta fecha en que celebramos el momento inefable en que el Hijo eterno del Padre, Jesucristo, inició la vida humana que llevaría por nueve meses en las entrañas virginales de María, oro por los niños no nacidos que existen ya en ese santuario bendito del seno maternal, y a quienes muchos pretenden matar.

* Formador, seminario mayor, Ibagué, Colombia.

Publicado en Columnistas Nacionales

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