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Luis Alberto Ordóñez*

Inició la campaña para las elecciones de 2022 y lo más preocupante: ¿será más de lo mismo? La clase política colombiana no se ha dado cuenta de que sus aspiraciones al poder manejadas de manera rastrera, baja y desprestigiando a los demás y al mismo sistema, los está condenando a que la ciudadanía busque otras opciones. Un nuevo Presidente asumirá el 7 de agosto del año entrante y será posesionado por el Congreso que se elija en marzo próximo. Seguramente veremos lo más bajo del ser humano, como en épocas anteriores, utilizando la mentira, los engaños, las falsas promesas escritas en piedra, las trampas, los hackers y contra hackers, las mafias del narcotráfico financiando candidatos, multinacionales corruptas invirtiendo en su futuro contractual, el populismo engañando incautos, etc. La repetición de la historia una y otra vez.

El problema de fondo radica en que el sistema electoral colombiano, más que un proceso de selección, es un tema de marketing. No existen requisitos mínimos para el cargo a ocupar, no hay un perfil personal, profesional y de liderazgo, mucho menos se exige experiencia previa en administración pública o por lo menos en manejo de personal, contratación o gerencia; sale elegido el que sea capaz de vender su imagen y generar recordación; más o menos como vender gaseosas, uno se toma la que le meten por los ojos a punta de buena propaganda. Luego vienen los descalabros que no mencionaré con nombre propio pero que vemos con preocupación en muchas capitales del país. Mala planeación, peor administración de recursos, maltrato a la ciudadanía, inversión de valores dándole más atención a los violentos que a la gente de bien, inseguridad, poco liderazgo hacia los subalternos y peor con la fuerza pública; algunos no tienen ni idea de lo que es motivar, empoderar y llegado el caso sancionar para lograr eficiencia y buenos resultados. De verdad da pena. Otros ni siquiera manejan el ciclo gerencial, lo mínimo para un directivo, en fin, personas poco preparadas para los cargos.

En el Congreso de la República, la representación del pueblo, sin querer generalizar pues hay unos muy buenos, se perdió la clase y el nivel. Desde la presentación personal, el manejo del lenguaje y el trato entre los padres y las madres de la patria dan un pésimo ejemplo a la sociedad. La Policía, portando su uniforme más elegante, pues el recinto lo amerita, y los escoltas con saco y corbata, están mejor vestidos que sus protegidos. Qué hablar del trato entre honorables senadores y representantes, no todos; extraña uno el respeto y la educación de las plazas de mercado: ¿don Luis que necesita, en qué lo puedo servir? ¿doña Margarita tenga la bondad rebájeme un poco? ¿señora María sería tan amable de mostrarme las verduras? ¿sumercé por favor me ayuda a sacar los canastos? Es que los debates en televisión deberían tener el consabido aviso: “Lenguaje fuerte y ofensivo, no apto para menores”, ni para nadie: exponer ideas y argumentar con la razón no implica ofenderse, maltratarse o peor sacarse los cueritos al sol.

Pero vuelvo e insisto es que no hay requisitos mínimos y entonces, en muchos casos, ganan los que más dinero pueden conseguir y por consiguiente más propaganda y venta de imagen logran hacer.  Un legislador ante todo debe ser un ejemplo; fue elegido por el pueblo para representarlo y los ciudadanos lo están observando permanentemente, sin olvidar que les pagamos muy bien. Sus acciones deben ser lo que todo colombiano desearía como ideal; el señorío, la clase, la educación, las buenas maneras y desde luego el conocimiento, el espíritu de servicio y el trabajo incansable por los fines del Estado, los que claramente define la Constitución Nacional. Por no hacerlo es que están tan desprestigiados.

La incoherencia está ahí: para optar por el primer empleo se pide experiencia previa, en buena hora el gobierno está legislando al respecto, pero para ser presidente, alcalde o congresista la experiencia no cuenta; haberse visto tremendo absurdo, pero lo que es fundamental es el dinero, mucho dinero para propaganda y lograr votos, algunos hasta los compran siquiera están en la cárcel, aunque no todos. Se pensó que al asumir el Estado el costo de las campañas se acabaría con las malas prácticas de financiación, pero no, la ambición y lo nefasto del sistema permiten que adicional a las grandes sumas que aportamos todos los contribuyentes también entren dineros de terceros buenos y malos; así nunca cambiaremos.

Si no somos capaces de modificarlo, en los próximos meses veremos lo peor de la naturaleza humana llevándonos al hueco. Señores políticos no se vayan a equivocar, están a tiempo de mostrarse como los líderes que el país necesita, recuerden que tenemos ejemplos muy tristes en el vecindario: que no caiga Colombia en lo mismo.

*Vicealmirante (r). Ph. D.

Publicado en Columnistas Nacionales

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