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Beatriz De Majo      

Vista desde cada una de las dos orillas, las relaciones entre Rusia y China lucen diferentes. Moscú intenta hacer ver al mundo un irrestricto compromiso del lado chino con los propósitos y la política rusa que, hasta el presente, Pekín nunca ha verbalizado como tal. En la última videoconferencia sostenida en diciembre pasado entre las dos cabezas de Estado, los colaboradores de Putin se esforzaban por remarcar ante los observadores del planeta que si bien no existe una alianza formal entre los dos países, la eficacia de su relación excede cualquier acuerdo formal. China nunca se pronunció sobre esta presunción rusa más allá de señalar la amistad existente entre Xi y Putin. Este encuentro digital había tenido lugar luego de la reunión cumbre celebrada por Vladímir Putin y Joe Biden, en la que, por primera vez, la agenda contenía una deliberación sobre la posibilidad de una invasión rusa a Ucrania a raíz del despliegue de fuerzas armadas rusas en la frontera.

De entonces a esta parte el episodio ha evolucionado notablemente y se han ido haciendo evidentes los intereses envueltos en esta crisis por parte de los centros de poder de cada lado. Hasta hace poco las potencias grandes y medianas habían asumido posición, mientras China veía los toros desde la barrera o poco menos. Pero ya llegó el momento de hacerse presente y lo ha hecho de esa manera tibia con que Pekín aborda sus manifestaciones de apego.

El gobierno de Xi nunca será demasiado explícito en torno a las acciones militares que eventualmente Rusia pudiera tomar de cara a Ucrania, toda vez que esta crisis tiene elementos en común con el latente conflicto de territorialidad de China con Taiwán. Y es así como, con un críptico lenguaje, Wang Yi, ministro de Exteriores, se inclinó por el “abandono de la mentalidad de guerra fría” y el uso de “negociaciones balanceadas” en el seno del conflicto. Su involucramiento suena ahora más directo, al exponer que comparte “los razonables motivos de preocupación de Rusia en torno a su propia seguridad” y pide a Estados Unidos y a sus aliados que tales asuntos sean seriamente tomados en cuenta.

¿Cuál es el asidero de esta solidaridad sobrevenida que se hace presente en un momento tan delicado y crucial para el planeta? Usando estilos diferentes y aplicando herramientas distintas, son muchos los elementos que China y Rusia comparten. En el caso que nos ocupa son apenas aliados de circunstancia. Hay toda una fachada de cooperación histórica y tradicional que tanto Moscú como Pekin alimentan, pero las alianzas que han querido mostrar al mundo son más simbólicas que otra cosa.

La relación de Rusia y China ha pasado por todos los estadios. Ambas naciones desean superar su pasado conflictivo e instaurar buenas relaciones de vecindad duraderas, al tiempo que alimentan una especie de compromiso mutuo de no intervenir en los asuntos del otro. Lo que más cimenta sus “amistad” de hoy es la desconfianza hacia terceros países, quienes, China y Rusia consideran, abrigan la intención de desestabilizarlos.

Las crisis que Putin desearía producir en Occidente, en el interior de aquellos países que le adversan y entre las diferentes alianzas occidentales —Estados Unidos y, en menor grado, Europa—, le sirven bien a los fines del liderazgo global chino. Divide y vencerás, rezaba la vieja máxima política del emperador romano Julio César, que ha sido desempolvada por el Kremlin. China no utilizará las mismas estrategias, pero el secundar a Putin evidencia lo útil que le resultaría tener como opositores en la escena internacional a países o grupos de países menos sólidos y más fragmentados, Otan entre ellos.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 02 de febrero de 2022.

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