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Juan Lozano           

Convivieron siempre en él la tenacidad, la alegría y el amor de patria.

Comienzo por advertirles a mis amables lectores que no puedo ni pretendo sustraerme de la circunstancia de escribir esta columna a partir de la tristeza inmensa que me produce la muerte de Carlos Ardila Lülle, a quien le profesé admiración, afecto y gratitud a lo largo de muchas décadas en las que recibí de su parte valiosas lecciones de vida y múltiples expresiones de su inteligencia, su sentido de patria, su calidez y su generosidad.

Pero no quiero escribir una columna luctuosa, porque él era un hombre alegre; ni pesimista, porque él siempre fue optimista; ni nostálgica, porque él siempre miraba hacia adelante con sentido de la innovación, la creatividad y la esperanza y nunca se dejó derrotar por ninguna adversidad.

En efecto, la vida de Carlos Ardila Lülle hay que celebrarla con aplausos y con sonrisas, hay que homenajearla con la decisión de recoger sus enseñanzas para contribuir a construir mejores condiciones de vida para todos y hay que proyectarla al futuro manteniendo vivas sus grandes lecciones. Aquí van, desde mi propia perspectiva, cinco características de su itinerario vital que se convierten en verdaderas lecciones de vida.

1. El amor de patria. Carlos Ardila Lülle amaba hasta los tuétanos su país, este país que lo vio nacer y por el que siempre apostó, aun en los momentos más difíciles. Su tierra era esta, su residencia era esta y aquí estaban sus principales empresas y sus querencias. Fue un colombiano presente e integral que no quería a Colombia por raticos ni con intermitencias e interrupciones.

2. La solidaridad y la generosidad. Todos saben que fue un gran empresario y un gran industrial, lleno de logros, triunfos y proezas corporativas, pero hay muchos que no saben que fue un gran filántropo. Con letras mayúsculas y con bajo perfil. Sus contribuciones en el campo de la salud, por ejemplo, son invaluables y se escriben con muchos, muchos dígitos en Santander, en el Valle del Cauca, en Bogotá. Así en la educación, en la cultura, en el deporte, en la atención de las niñas y los niños, en la formación de capital humano, en el impulso al emprendimiento, en la lucha contra la pobreza, a lo largo y ancho del país.

3. El espíritu innovador. Fue un pionero, sin duda. A partir del conocimiento profundo de un determinado sector, siempre estaba anticipando el futuro, generando hitos transformadores, implantando nuevas tecnologías, conquistando nuevos horizontes. Conocía al detalle las claves del éxito en un campo de la actividad empresarial y a partir de ese conocimiento, transformaba para evolucionar y mejorar. Impresionante. Y visionario.

4. La calidez humana. Nunca le faltaba una palabra amable, cortés, atenta. Era un gran caballero en su trato, en sus expresiones. Un gran señor. Su don de mando y la autoridad y el respeto que inspiraba siempre se compaginaban con su proceder cordial en todos los niveles de su organización de la que hoy dependen cerca de 40.000 familias colombianas, desde los más altos ejecutivos hasta los más modestos operarios.

5. La tenacidad y la alegría. En muchas personas son virtudes antagónicas y suelen encontrarse de a una. En el doctor Ardila venían las dos en combo. Entre más duro soplaban los vientos, más fuerte se volvía el doctor Ardila e irradiaba esa fortaleza a su alrededor. Fui, desde el servicio público, testigo presencial y directo de su temple en momentos de gran tribulación nacional ofreciendo su consejo y su apoyo a las instituciones. Y lo asumía sin voces apocalípticas, sin un asomo de arrogancia, sin espíritu derrotista ni fatalista, con plena confianza en la capacidad de superar las tempestades y arribar a mejores puertos. Y siempre con una voz de aliento y con una sonrisa que restauraba toda esperanza extraviada.

Gracias por tanto, doctor Ardila. Nunca lo olvidaremos.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 16 de agosto de 2021.

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