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Pbro. Mario García* 

“La verdad os hará libres”, nos dice Jesucristo (Jn., 8,32) Y el Catecismo de la Iglesia católica enseña: " El hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla” (N° 2467)

No hay duda de que la verdad, profesada y guardada, es uno de los valores fundamentales de una sociedad; cuando ella no es honrada, máxime si los que la quebrantan son los que detentan la autoridad, la sociedad se derrumba, pierde el derrotero, se convierte en un aglomerado caótico en el que se conculcan todos los derechos y las relaciones interpersonales se rigen por la ley de la selva.

“La mentira es una verdadera violencia hecha a los demás…contiene en germen la división de los espíritus…es funesta para toda sociedad”, nos alerta luminosamente el Catecismo de la Iglesia (N° 2486) Y, por eso mismo, añade, “es condenable en su misma naturaleza”. Es que, nos dice también, “El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira” (215)

La Conferencia Episcopal de Colombia asienta una verdad apodíctica: “Sobre la mentira se edifican la confusión y la injusticia, y sobre la verdad se construyen la justicia y la paz” (C.E.C. “Compromiso moral de cristiano, N° 43)

Y en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, encontramos: “Los valores sociales inherentes a la dignidad de la persona humana…son esencialmente la verdad, la libertad, la justicia y el amor” (N° 197)

No puede existir una sociedad en la que reinen la armonía, la justicia, la sana convivencia y el respeto de los derechos de cada uno, allí donde imperan el engaño, la trapisonda y la mentira.

Cuando aquellos que rigen los destinos de un pueblo no respetan la verdad, y por el contrario obran dolosamente, enmascaran en sus falacias la realidad, mienten arteramente para ocultar sus intenciones y planes protervos o para favorecer sus intereses inconfesables, ese pueblo es víctima de la mayor y más perversa de las injusticias, y se ve privado de la posibilidad de reclamar sus derechos. Nada hay que deslegitime más a un gobernante que sus mentiras. “El poder político, -establece también la Doctrina Social de la Iglesia-, procede de Dios y es parte integrante del orden creado por Él. Este orden se realiza en la vida social mediante la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad” (N° 383)

“Misericordia et veritas custodiunt regem”, nos enseña la Sagrada Escritura (Prov., 20,28) La misericordia y la verdad protegen al rey. Y en cambio “Oprobrium nequam in homine mendacium” (Ecclesiástico, 20,26) Mancha oprobiosa es la mentira en el hombre.

Colombia atraviesa, ¡ay dolor!, una situación realmente caótica. Es un barco al garete. El desconcierto social en que nos debatimos tiene dimensiones catastróficas. A la inmensa mayoría de los colombianos nos invade un sentimiento de inseguridad, de zozobra inenarrable; sentimos en lo más hondo que la patria ha perdido el rumbo. Los hondos y entrañables valores cristianos que antes nutrían nuestra vida, la de cada uno, la de las familias, la de las instituciones educativas, las de los organismos gubernamentales, han sido sistemáticamente socavados. En su mensaje al pueblo colombiano, nuestros señores Obispos acaban de trazar un cuadro en el que se adivina su paternal preocupación por la situación del país. “El país atraviesa, nos dicen, una compleja situación, en la que brotan grandes expectativas que necesitan ser resueltas… Junto  a la polarización – convertida en estrategia que rompe la unidad al servicio de intereses que atentan contra el bien común -, encontramos el descrédito y la desconfianza en las instituciones, la persistencia de la corrupción que permea nuestra cultura, y la inoperancia de los sistemas de control del Estado…” (Mensaje al pueblo de Dios, CXVI Asamblea Plenaria del Episcopado)

Una de las causas de esa realidad, que nos estruja el alma, está en que quienes nos gobiernan han asumido, como sistema, la mentira. Colombia perdió el rumbo y se precipitó por esta pendiente de desconcierto, desde el momento en que el gran traidor de la palomita en la solapa nos mintió una y otra vez, traicionó su propia palabra, desconoció la decisión que el pueblo en plebiscito había tomado, y que él en fementida declaración había prometido respetar, y vendió la patria a sus peores enemigos a precio de un oropel internacional en que su enfermiza vanidad cifraba sus anhelos.

Y quien desde hace ya año y medio nos desgobierna, tras unos comicios hoy fundadamente cuestionados, sigue utilizando la mentira como arma política.

Los sucesos del fin de semana tuvieron su origen fontal en los alucinados trinos del señor presidente; la turba de la llamada primera línea, a cuyas canalladas se unen la tal guardia indígena y sindicatos comunistoides como Fecode y la CUT, incluso desde antes de ser él presidente de Colombia, se sienten y actúan aupados por él; de esa turbamulta se valió para sumir a Colombia en el caos hace dos años, y se vale ahora para intimidar a las personas y las instituciones que se oponen a su nefasto proyecto político. Se necesita mucho cinismo y una proclividad increíble a la mentira para salir ahora, como lo hizo, con que él no convocó las turbulentas manifestaciones, cuando todos sabemos que había llamado a Fecode y a la CUT a “la máxima movilización”, y había afirmado que ahora es el momento de la acción del pueblo en la calle en defensa del gobierno popular y del cambio. Hay mucha mentira en afirmar, como lo ha hecho sin sonrojarse: “Sé que no hubo violencia en ninguna movilización…contrario a lo que cierto relato periodístico falso intentó posicionar”. (sic) Y también: “nunca hubo restricción a la libre movilización de magistrados”. Definitivamente está obcecado y nos cree tontos. ¿Acaso no vimos las imágenes de la pequeña chusma tratando de violentar las rejas que cerraban la entrada al parqueadero del palacio, y a algunos de ellos rompiendo violentamente los adoquines del andén para lanzarlos contra el mismo edificio y sus guardianes? ¿Acaso el mismo presidente de la corte no habló paladinamente de “un asedio que afectó gravemente el derecho a la libertad de locomoción y puso en grave riesgo la vida e integridad” de quienes estaban en el recinto? Por estos caminos tortuosos de la mentira, la patria no podrá nunca llegar a ser la comunidad que anhelamos. Nuestros Obispos nos proponen, para que podamos reencontrar el rumbo que hemos perdido, “un diálogo transparente, fundado en la búsqueda de la verdad (Mensaje al pueblo de Dios, CXVI Asamblea Penaria)). “Abandonando la mentira, decid la verdad”, amonesta el apóstol san Pablo (Eph., 4,25)

Cómo no terminar estos apuntes con otro hermoso párrafo de comunicado de nuestros Pastores que arriba he citado. “Nos acompaña la firme convicción de que Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien, y de que el pueblo colombiano, plural y diverso en su composición, posee la capacidad de levantarse y de avanzar unido en la construcción de un mejor país”.

¡Hágalo así el Dios de Colombia!

* * Formador, seminario mayor, Ibagué, Colombia. Febrero 11 de 2024.

 
Publicado en Columnistas Nacionales
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