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José Alvear Sanín    

Actualmente, uno de los acontecimientos más impresionantes es el de los inmigrantes africanos ilegales, enormes contingentes humanos, que desafiando en barquichuelos las ondas del Mediterráneo, logran llegar a sus costas para, tarde o temprano, acceder al “sueño europeo”, donde los esperan los oficios más humildes y la marginación social, en un continente agonizante que sus hijos se disputarán con los de los musulmanes, porque los europeos han dejado de tenerlos.

El otro, no menos terrible, es el de los que caminan miles de kilómetros, desde Urabá hasta la frontera de los Estados Unidos, a donde finalmente acaban llegando centenares de miles para vivir “el sueño americano”. ¿Cómo es posible que bebés, niños y ancianos sobrevivan atravesando el Tapón del Darién? En uno y otro caso, dizque los inmigrantes son los más pobres de los pobres. Entonces, ¿de dónde sacan los US $ 7000 per cápita que al parecer cobran los coyotes para conducirlos desde Necoclí hasta Texas, o los muchos centenares de euros que hay que pagar para poder abordar las frágiles embarcaciones en las que surcan el Mare Nostrum? ¿Quién les da de comer y les paga el alojamiento durante largos meses?

Estas multitudinarias migraciones tienen mucho qué ver con el invierno demográfico de Europa, con la miseria del África, con la incontenible diáspora venezolana (¡que ya va en el 25% de la población!), y el hambre en Haití, pero también con procesos tan horrendos y devastadores como el que avanza para la sustitución poblacional de Europa. Esta es querida por las fuerzas políticas detrás de la promoción del aborto en las europeas y el favorecimiento de la inmigración de color hacia un continente envejecido en el que la edad media de las mujeres se acerca, o supera en algunos países, los 45 años. Inclusive hasta las marginales iglesias ex cristianas bendicen las estériles uniones del mismo sexo, para rubricar cultural y moralmente el suicidio de la raza blanca, prevista ya desde los años 60 por Alfred Sauvy.

Este diciembre, los colombianos pasaron por alto dos asuntos de la mayor gravedad:

  1. La atroz reducción del número de nacimientos, que vienen en caída libre desde hace 10 años. En 2013 nacieron 658.835 en nuestro país; 573.625 en 2022, y en 2023, apenas 428.355.

Ese 35% de reducción en la década presagia nuestro próximo invierno demográfico.

  1. La eliminación del visado para el acceso de gentes de dos docenas o más de países africanos, como resultado de las visitas relámpago de Francia Márquez a tres o cuatro capitales de ese continente.

Desde luego, la vicepresidente conoce de esos países lo mismo que allí saben de nosotros; y además, los temas evocados rápidamente en esta columna le son tan ajenos como todos los que no tengan que ver con el color de la piel.

Sin mayor dilación el gobierno, después del sabroso periplo de dicha señora, abre la puerta de par en par a la posible invasión masiva de africanos a Colombia. Con un destino sin sobresaltos, riesgos ni dificultades, mejor volar a Bogotá que exponer la vida en el mar.

Hasta ahora, apenas unos pocos centenares han llegado a El Dorado, dizque rumbo a El Salvador, para luego emprender la caminata hasta los Estados Unidos, pero, ¿cuánto tardará el comienzo de la invasión africana?

No pienso que Francia Márquez haya planificado ese resultado, pero para ella no será lamentable asistir al inicio de la sustitución poblacional en Colombia, proceso que puede darse en una o dos generaciones, si nos complacemos en estar a la moda globalista de la agenda 2030, alcanzando a Europa en su carrera hacia la extinción

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(2) ¡Jamás le perdonarán!

José Alvear Sanín

Los episodios de la vendetta contra el doctor Álvaro Uribe Vélez se han convertido en infundios a los que nadie pone atención, porque se suceden cotidianamente desde el propio día de su posesión como presidente, el 7 de agosto de 2002.

Desde hace 21 años, rutinariamente, sin faltar un solo día, el Dr. Uribe Vélez es objeto de ataques virulentos para castigarlo por haberse opuesto a la toma del país por parte de todas las fuerzas revolucionarias combinadas, en su propósito de alcanzar el poder, del que ya se veían dueñas.

Al finalizar su segundo mandato la vindicta se agudizó, para perseguirlo hasta el último día de su vida por el crimen imperdonable de haber aplazado ocho años la toma comunista del Estado.

Como el odio es la mayor motivación anímica del comunismo, lo anterior no es de extrañar.

Su primer sucesor traicionó al país suscribiendo el infame “acuerdo final” con las Farc, que se puso en vigencia contra la expresa voluntad del pueblo colombiano; y el segundo se vio maniatado por un ordenamiento constitucional deslegitimado y prostituido por su origen fraudulento.

Con semejantes premisas, la caída del país era inevitable y Colombia se encamina ahora hacia un destino comparable al de Venezuela, bajo la actual narco-dictadura...

Álvaro Uribe Vélez fue un gran presidente en todas las áreas: Recuperó el orden público; derrotó militarmente a la subversión; saneó las finanzas; propició el crecimiento económico, y con la reforma del raquítico servicio de salud pública puso las bases que permitieron convertir el sistema asistencial colombiano en uno de los mejores del mundo.

Colombia, en vez de agradecer esa gestión incansable, eficaz y benéfica, de uno de los mejores gobernantes de toda su historia, presta oídos a la diaria catarata de desinformación y calumnias, que lo pinta como un cruel asesino con las manos manchadas de sangre, culpable de incontables masacres y violador de todos los derechos humanos, para que de tal manera las nuevas generaciones lo vean incluso como émulo de Hitler.

Reconozco que el expresidente sí persiguió a los narcotraficantes, los secuestradores, los paramilitares y los guerrilleros que reclutaban y violaban niños y niñas, traficaban narcóticos, volaban oleoductos contaminando ríos y vegas, y a los demás benévolos terroristas que mataban para crear un país justo.

Como los individuos anteriormente citados gobiernan ahora el país, no es de extrañar la persecución judicial emprendida contra Uribe con denuncias falsas, como en el caso Monsalve.

Como esa acusación no puede ser más endeble —aunque ha dado lugar a una saga judicial interminable— ahora se preparan dos nuevos “frentes judiciales” contra el expresidente:

1-Extralimitando sus facultades, en la “justicia especial para la paz” se prepara su incriminación por la siempre creciente cifra de “falsos positivos”, y 2. Se le acusa de crímenes imprescriptibles de lesa humanidad, en Argentina.

En algunos países, dizque los jueces disponen de jurisdicción universal que les permite investigar y castigar los delitos contra la humanidad cometidos en cualquier lugar del mundo.

Parece que en Argentina existen leyes que permiten esa grotesca intervención en otros países; y por tanto, un colectivo comunista colombiano de la peor índole está intentando una acción contra Uribe, como la que llevó a la detención del general Pinochet en Londres.

Preocupante actuación, porque allí también puede aparecer el juez prevaricador que se preste a una maquinación como la que se prepara contra Uribe Vélez, quien se ha dirigido al pueblo argentino en un excelente comunicado en el que desbarata las principales calumnias en su contra.

Mejor haría la justicia argentina en juzgar a los delincuentes políticos de su repugnante pasado peronista, que en perseguir a un ciudadano extranjero por el crimen de haber defendido a su país.

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(3) O. Figes y su historia cultural de Rusia

José Alvear Sanín

La revolución comunista que sometió a Rusia a partir de 1917, y la Francesa, son sin duda alguna acontecimientos cruciales que, por lo mismo, han producido muchísima literatura, propaganda, publicidad, defensa o impugnación.

De esa inmensa masa escrita sobresalen incontables historias, favorables o no, porque la parcialidad política determina desde luego la calificación del lector.

El historiador aspira a la narración imparcial, pero el lector pocas veces lo reconoce. Así que un siglo después de los hechos, interpretaciones admirables, que dan lugar a obras fundamentales, todavía suscitan discusiones políticas. Sin embargo, hay dos narraciones incomparables de la Revolución Rusa, que dejan pocas dudas sobre el horror, la inutilidad, labcrueldad y la barbarie del comunismo.

Me refiero a La Revolución Rusa 1899-1919, de Richard Pipes, y a La Tragedia de un Pueblo: la Revolución Rusa 1891-1924, de Orlando Figes.

De ambas hay excelentes y recomendables ediciones en español. Hoy quiero referirme a otra obra de Orlando Figes, El Baile de Natacha, una Historia Cultural de Rusia (Barcelona: Edhasa; 2010), cuyo curioso título se refiere a Natacha, la encantadora protagonista de Guerra y Paz, aristocrática jovencita petersburguesa, que de visita al campo baila una danza rural con la mayor naturalidad, lo que da a entender hasta dónde existía una identidad profunda, constitutiva de una nación, a pesar de la inmensa distancia entre las clases sociales, la multitud de pueblos y las contradictorias influencias europeas y asiáticas que a través de los siglos se conjugan en el mayor escenario geográfico del mundo.

En realidad, como dirá el autor, “una cultura es más que una tradición (...) es algo visceral, emocional, distintivo, que forma la personalidad y une a las gentes con un pueblo y un lugar” (pag. 687).

Orlando Figes (1959-), historiador inglés, profesor del Birbeck College, ha dedicado todo su esfuerzo a los temas rusos. Al lado de su monumental historia de la revolución ha escrito esta historia cultural, y Los que susurran, la represión en la Rusia de Stalin.

El Baile de Natacha es tan voluminoso como interesante: 690 páginas de texto, 70 con citas de documentos rusos especialmente, y 36 que recomiendan centenares de estudios específicos, que dan fe del enorme esfuerzo que ha significado el libro, acompañado, además, de pertinente iconografía.

En la historia cultural de Rusia se presenta una oposición fundamental entre el Occidente europeo y cristiano y el inmenso empuje asiático, tribal, primitivo y pagano. Ese contraste dará lugar a un país fascinante y único, plasmado por fuerzas de increíble potencia que siempre han exigido respuestas políticas de la mayor energía, despóticas en general.

Al leer este maravilloso libro echamos de menos los capítulos sobre ciencia, tecnología y deporte, porque los rusos han sido grandes matemáticos e insignes ajedrecistas. Lo mismo podría decirse del apasionante tema religioso, siempre presente en la literatura rusa, pero este, desde luego, exigiría otra obra.

Figes nos conduce a través de historia, folklore, música, pintura, literatura, antes de detenerse en una serie de inmensas figuras, tanto las conocidas universalmente como las que han permanecido vigentes solo en el ámbito propio del país.

Entre los numerosos temas tratados no podría faltar el horror que se vivió bajo el comunismo, de manera que el capítulo 7, “Rusia a través de la lente soviética”, es de especial relieve para quienes vivimos en un país que está siendo llevado hacia la revolución, tanto por la acción malévola del gobierno como por la indolencia —y a veces complicidad— de una clase política tan inepta como indigna, que cifra sus esperanzas en un movimiento electoral espontáneo y pendular que la exonera del necesario esfuerzo para resistir unificada y eficazmente, mientras las instituciones, una a una, son demolidas sistemáticamente.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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