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Pedro Aja Castaño   

A veces, en los momentos más profundos, no hay palabras. Solamente hay comida.- Roy Choi

Pensando en la preocupación de muchos sobre las elecciones del 2022 y con la afluencia de candidatos para TODOS LOS GUSTOS, como fácilmente se dice, me detuve en ese sentido peculiar de la lengua que sirve para hablar, pero también con la capacidad de DEGUSTAR cuya experiencia es INTRANSFERIBLE, como lo es el VERDADERO SENTIDO EXISTENCIAL de las personas. Por lo que alguna vez nos hemos preguntado ¿cómo me sabe la vida?

Y nos contestamos refiriéndonos a SABORES Y SENSACIONES FÍSICAS que son las que conocemos para decir me gusta o no me gusta y quedar contentos; pero AQUELLO a lo que nos SABE la sopa de la vida es un misterio.  Sin embargo, algo más profundo en el alma de cada quien intenta discernirlo en una cultura de confusión.  

Y si en “Enseñanza de la alimentación” del filósofo y antropólogo alemán, ateo convencido, Ludwig Feuerbach, dijo: “Si se quiere mejorar al pueblo, en vez de discursos contra los pecados denle mejores alimentos. El hombre es lo que come”, queriendo decir con ello que el alma de las personas no necesita alimentos, también hay que tener en cuenta aquello de “no hay que jugar con la cuchara”, o la manipulación de las diferentes subjetividades que es con lo que se pretende jugar hoy.  Por lo que hay que tener cuidado con algún comensal de pacotilla se quiera saborear el poder presidencial con una cuchara grande de mentiras, porque su mente solo maneja una cuchara chiquita de ideas. Ese caldo puede indigestar al que se lo quiera saborear.

Por eso escogí la frase genial de Roi Choi, un chef coreoamericano quien se hizo famoso en Los Ángeles como creador del taco KOGI resultado de la fusión de la comida mejicana y la sazón coreana. Esa metrópolis en donde hay gente de 140 países   y se hablan 224 idiomas puede ser una representación moderna de un Babel en busca de la felicidad, cada quien con su fórmula.

Los camiones de comida Kogi mezclan diversos orígenes para producir la percepción de algo nuevo, exótico, callejero y barato. En Colombia, esta comida política se enfrenta a la de las exquisiteces producidas por ‘chefs’ salidos de las mejores élites del conocimiento.  ¿Pero nos hemos preguntado como aprenden los chefs en la cocina de la vida antes de tener un camión exitoso de comida callejera como el de Roi Choi, o una cadena prestigiosa como “Crepes&Waffles” que comenzó como una modesta crepería y cuyo lema es: “Si llegas al corazón te quedas en la mente? Por lo que la política chatarra satisface al estómago, pero la exquisita educa el gusto para pensar. ¿Y por qué no es fácil llegar al corazón?

En una de sus muchas entrevistas, Quino explicó que la sopa de Mafalda era una alegoría de las imposiciones y todo lo que limitaba la libertad, en particular en los regímenes militares que existían en esa época, pero hoy están disfrazados, ya que representan el comunismo o cualquier imposición ideológica. Esos ‘padres de la sopa’ nos dicen que nos quieren embutir ese acreditado revuelto preparado por su cocinero político dizque para nuestro propio bien, pero que no tiene nada que ver con esa comida en particular o su sabor.

En cada caso de rechazo, se explora un mecanismo de afrontamiento o táctica de negociación. La resistencia siempre es inútil, siempre dominada por adultos, figuras de autoridad y la mayoría de sus compañeros, pero Mafalda nunca se rinde sin luchar. Eso es lo que está pasando con la resistencia actual contra una sopa de vacunas; y el año entrante será la sopa de los diferentes humanismos políticos.

Por eso la niña sabia, le preguntaría a un posible dictador: "Todos y cada uno de los que deliberadamente se rebelarían y no beberían, comerían, tragarían, engullirían y / o sorberían, (esta sopa inmunda) ¿los golpearían?" Obviamente el dictador diría que no, en una entrevista pública, porque los niños son un tema tabú.

Pero un dictador benevolente o malo, sabe que gobernar es difícil porque la gente distingue entre lo que sabe bien o mal. Por eso se escuda moralmente detrás de sus asesores de sopa que también actúan impunemente porque ellos presentan la receta pero el presidente cocinero que se cree chef es el que se mete a la cocina y presenta el plato. Es el club de los cobardes.

Porque los asesores de la sopa repiten la receta hasta que se vuelve normal. Y las técnicas de la receta de la sopa política no son difíciles; el problema es que en esa sopa no se diferencian las fronteras ideológicas camufladas en sabores diferentes. Lo que es difícil es la actitud del cocinero dictador engolosinado con la fama y el poder.

Porque las actitudes malas y buenas son como el agua y el aceite. Son realidades diferentes; no se mezclan y los individuos normales las diferencian. Sin embargo cuando se mezclan con detergente en el jabón político para quitar la mugre de los trastos (una buena o mala intención), entonces la oposición analiza ‘el jabón’ y nos confundimos al no diferenciar o manipular la función política de lo abrasivo, las armas para defender la democracia, de la función inocente del agua y el aceite, la vida.  La sopa política la crea la subversión para mezclar esos elementos y después desglosarlos con su maestro Maquiavelo, y “el fin (que) justifica los medios” como una muestra de pragmatismo político, hoy de moda.

Entonces a la sociedad se le obliga a tomar la ‘sopa’ que mezcla el asesinato, la mentira, la traición, la malicia, el engaño, la conspiración y la deslealtad para alcanzar ciertos objetivos políticos, algunos de ellos muy nobles, como la preservación de la república, la paz,  la seguridad de la ciudad y, al hacerlo, salvar a millones de vidas y, a veces, silenciar a millones de personas. ¿Era entonces Maquiavelo un monstro?

Esa es la pregunta fácil de responder con un sí. Pero Maquiavelo también influye socialmente con el ejemplo; así que las acciones personales negativas que la sociedad deja acumular al no castigarlas, se devuelven contra ella misma cuando se consolidan en estructuras de corrupción que es lo que a veces se llama pecado social y cuya víctima mediática es el tonto de turno como cabeza de un silencioso conglomerado.  Esa es la sopa que Mafalda odia por lo que prefiere meditar comiéndose un taco de Roi Choy.

Publicado en Columnistas Nacionales

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