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Juan David Escobar Valencia

No depender de nadie ni de nada sería el estado ideal del budista al liberarse de lo terrestre y material, porque, como dice el “profeta” W. Riso: “Entregar el poder a alguien o a algo para que te domine y se apodere de tu mente es una forma sutil de suicidio psicológico”. Por eso, “iluminados” candidatos a la presidencia de la Colombia imaginaria de Narnia, como la que promete Petro o el recién bajado, no del Monte Olimpo, sino de los “Andes”, el Coelho progre del santismo, quienes proponen “autosuficiencia alimentaria”.

Nadie está en contra de la producción agrícola local, ni más faltaba, y debe ser apoyada con infraestructura, seguridad y control antidumping, no con controles de precios ni mercados cautivos. Pero convertir el discurso de la autosuficiencia alimentaria en un dogma fundamentalista es tan peligroso como la falta de comida, incluso viniendo del nuevo candidato del santismo, el exministro de salud, que parecería ser un experto en temas agrícolas, pues sus “aportes” fueron fundamentales para entender por qué el área sembrada de coca en Colombia creció más de cuatro veces durante el gobierno de su jefe, el presidente las Farc.

Estos “iluminados” candidatos que gritan a los cuatro vientos que son “liberales”, porque da pena confesar en público que no lo son, están reencauchando ideas fracasadas de la Cepal, que inicialmente promovieron la consolidación de la incipiente producción nacional, pero luego fueron la alcahueta de agricultores ineficientes, acaparadores y sin ningún interés en la productividad y la tecnología, que nos sometieron durante décadas a comer alimentos malos y caros, con la ficción de que no permitir nada de afuera era el incentivo para formar un aparato agropecuario sólido y robusto, que aseguraría comida buena y barata para todos.

Que se hayan comido ese cuento algunos “graduados de economía”, como estos dos candidatos, vaya y venga, pero ni sueñen con que nosotros también lo haremos. Miremos un ejemplo reciente. En Sri Lanka, ahí abajito de India, hay desde el año antepasado una severa escasez de cúrcuma, especia amarillenta que, más que sabor, le da color a la comida y sin la cual el curry es un pálido caldito sin gracia. Con el supuesto de incentivar la producción nacional, el gobierno esrilanqués prohibió su importación, pero, como su producción local no es competitiva, la libra de cúrcuma pasó de 2,2 dólares a comienzos del 2020 a 33 en noviembre, y los contrabandistas están felices porque ampliaron su menú de unidades estratégicas de negocio.

Repito que no somos enemigos de la producción agropecuaria nacional, al contrario; pero no hay que creerle las falacias autárquicas, aparentemente inteligentes y bien intencionadas, de quienes necesitan engatusar incautos para las próximas elecciones. Si algo ha permitido mejoras significativas nunca antes vistas en la historia de la dieta humana, tanto en cantidad como en variedad de alimentos, es el comercio mundial de alimentos. ¡No les crean a los falsos profetas del progresismo, así posen de seudofilósofos iluminados!

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 06 de septiembre de 2021.

Publicado en Columnistas Nacionales

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