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Pedro Aja Castaño   

Dicen que la imagen del ídolo llorando recorrió el mundo. Los aficionados conocen los detalles del desacuerdo con el Barça, pero la ‘foto’ interesante sería la del alma del mundo a partir de una pregunta: ¿Por qué idolatramos y qué podemos aprender? Quizá porque nos identificamos con algo o alguien llegando al apego emocional como una COMPENSACIÓN DE CARENCIAS en el contexto social, mental, emocional, psíquico o espiritual en el que vivimos. Podríamos decir entonces que aquello que idolatramos, o la persona que admiramos, señalan nuestras carencias; pero también el objetivo de un esfuerzo vital que debemos asumir para superar la idolatría. 

No soy deportista, pero el deporte nos enseña mucho para lograr ese cometido. Porque no es fácil aceptar, de otros, que también se creen ÍDOLOS,  ciertas decisiones; o  comentarios de los que no juegan futbol, pero opinan;  escenarios  que no nos gustan, y poner buena cara, sobre todo si se es un ídolo, porque  hay que dar ejemplo de dignidad.  Y no sé si ese ‘ideal’ de superación pueda aplicarse a la política regida, supuestamente, por la verdadera democracia que se ha convertido en un campo de juego en el que la regla parecería ser: ganar como sea.

Quizá en los juegos olímpicos de antaño se podía apreciar   el ideal original de competir con gallardía y respeto. Hoy no me atrevo a hacer una apuesta por el deporte profesional en donde el dinero decide muchas cosas y ciertos escenarios de orgullo sano empiezan a perder su encanto. Me desencanté del fútbol cuando asesinaron a Andrés Escobar por una estúpida discusión sobre el autogol. Menos mal que la Corte Suprema de Justicia confirmó  la condena de 43 años de prisión impuesta a Humberto Muñoz Castro, el hombre que confesó haber asesinado al futbolista el 2 de julio de 1994, desmintiendo  la especulación que el asesinato  había sido el resultado de una apuesta entre los idólatras del dios Mammon, el del billete.

¿Pero cuál es la lección fundamental que nos enseñan muchos  deportes? La AUTOTRASCENDENCIA  que es el arte de competir contra uno mismo, al superar las barreras autoimpuestas, sin ningún juez que  nos diga qué hacer, pero guardando consigo mismo un sano sentido común de exigencia. En ese esfuerzo se está contento incluso con las fluctuaciones buenas y malas que indican que la vida se está manifestando. Esto nos enseña a no rendirnos. Y si de joven se empieza a practicar la concentración, perseverancia, autodisciplina, autoestima, honestidad radical, principios y valores, etc. como un ejercicio de esa autotrascendencia, cada etapa de la vida irá presentando su reto, preparándonos para la última competencia interior; es decir, la que nos honrará con una vejez tranquila y luminosa como ejemplo de un  legado al haber sido útil para el bien común, o el que nos trasciende en la eternidad.

Porque en el fútbol como en la vida se trata de meter goles o evitar que nos los hagan; y llegar a la puerta contraria sería fácil, si no fuera por el hecho de que hay que enfrentar gente tan, o más capaz que uno, que hará todo lo posible por defender su meta. En este caso, Messi se convirtió en ídolo porque siempre se ACTUALIZÓ en sus habilidades para competir y ser el mejor. Y esa es la lección que no aprendemos, sino el monto del dinero que cuesta, quién lo va a comprar, los trofeos que atesora, etc. Y sus lágrimas sobre el Barça son porque ese equipo y sus personajes  se trascendieron mutuamente, para enfrentar nuevos retos.

 ¿Y cuál es el VERDADERO EQUIPO CONTRARIO en el esfuerzo de nuestra trascendencia? Nuestros propios rasgos y hábitos negativos y una gran cantidad de enemigos externos; en este caso, los ‘enemigos internos’ serían los del propio Messi y los del Barça y sus directivos que lo llevaron a su situación actual. Esa ‘oposición’ es la que saca a flote nuestro potencial más profundo y maximiza y engrandece nuestros logros; o también puede sacar lo peor. Si supiéramos interpretar esa lucha futbolera como un signo positivo del destino humano y se la aplicáramos a Colombia podríamos ver que a pesar de que han querido destruirla, nuestra hermosa  patria  despliega la belleza de sus gentes; y así,  aunque no seamos la octava maravilla del fútbol, estamos jugando y ganando el verdadero partido  que importa, porque sinceramente creo que muchos estamos aprendiendo a no pelear con el VERDADERO ÁRBITRO que juega para la liga de la VOLUNTAD DIVINA que busca que todos ganen y nadie pierda.

Quizá por eso lloró Messi, el hombre que se está empezando a conocer a sí mismo;  y de pronto se da cuenta que  no es el ídolo que muchos piensan, porque ahora ‘vale’, no lo que dice un contrato o un pase, sino lo que establecen  las circunstancias razonables del mercado.   Porque ese es el problema; el ídolo es una apariencia; una moda pasajera. Por el contrario,   la persona es alguien real cuya lucha es la mismita de todos. Y los que verdaderamente tienen éxito en esa guerra contra los que buscan nuestra confusión para que perdamos el alma en la apuesta de estupideces,  guardan silencio porque el suyo, no es el éxito que todos idolatran en el mercado de los dormidos; sino el que garantiza la corona del verdadero campeonato: el asegurar nuestra estirpe para llegar a  ser VERDADEROS HIJOS DE DIOS y, por lo tanto, felices inmortales.  Esa es la verdadera envidia de nuestros enemigos. Así que, ¡Ojo con los ídolos huecos! Los que importan son las personas con alma. Espero que Messi se dé cuenta, a tiempo, que no es un ídolo, sino una persona.

Publicado en Columnistas Nacionales

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