Hay conceptos que se asumen como dogma de fe, o como voto de obediencia, o que no se discuten porque la agresividad contra el que lo hace es intimidante. El “no al fracking” es uno de ellos. Uno queda muy mal con los amigos (y les produce placer a los enemigos) si manifiesta dudas. Pero qué vamos a hacer, a dudar vino uno a este mundo.
En alguna ocasión, alguien me invitó a tomar un vaso de petróleo para convencerme de la maldad del fracking. Muy mal argumento; si me lo hubiera tomado, no habría probado nada, como tampoco él hubiera probado la maldad del fracking tomándose un vaso de agua. El dilema petróleo o agua es falso. Lástima malgastar el tiempo en sofismas.
Otro mal argumento es que “hay evidencias de que puede causar daño”. Es malo el argumento porque si lo que uno busca son evidencias que apoyen una posición, las encontrará para cualquier cosa y para su contraria. Muy distinto sería si se hablara de un consenso científico, o si se señalaran algunas condiciones específicas, porque ningún proceso como estos es bueno o malo en todas partes. El hecho crudo es que las evidencias son contradictorias. Los activistas, contrariamente a los científicos, acostumbran producir compendios en los que reúnen todas las evidencias en favor de su posición, ignorando las que la contradicen.
Hay países donde se lleva a cabo en forma muy exitosa y sin daño (no son países pequeños, entre ellos Estados Unidos, Canadá, Australia, Polonia y el Reino Unido). A Estados Unidos lo convirtió en el primer productor mundial de hidrocarburos. Pero además, paradojas de la vida, es una tecnología que ha disminuido la contaminación atmosférica, al permitir el cambio a gas de los generadores eléctricos que usaban carbón.
En Colombia podríamos imaginar un escenario de agotamiento de reservas en el que tendríamos que importar gas para uso domiciliario, encareciéndolo mucho (y perdiendo además las ganancias que deja), y que haya necesidad de regresar a la generación eléctrica con carbón, aumentando la contaminación. No digo que necesariamente es lo que va a pasar, pero es un escenario que no pueden ignorar quienes son responsables de la conducción de los asuntos del Estado.
El año 2020 funcionó una comisión interdisciplinaria de trece expertos (geólogos, naturalistas, ingenieros, salubristas, un filósofo y un abogado) que estudió el problema en profundidad, y propuso lo obvio. En el caso de un dilema (y hay que reconocer que lo hay), lo mejor es aplicar el método científico y hacer acercamientos experimentales piloto para definir qué se puede hacer y qué no.
Ha habido lluvias de ataques contra esas pruebas piloto. Los argumentos tienen el formato de “mejor no investigue, no vaya a ser que no nos guste el resultado”. Como siempre, se trató a los expertos de arrogantes, cuando es lo contrario. Acá se necesitan ecólogos, geólogos expertos en tectónica y geodinámica, ingenieros de suelos y ambientales. Pero han sido reemplazados por una nueva clase de opinadores que no tienen necesidad de estudios relacionados. Hoy, uno se autotitula de ambientalista, o cualquier otro tipo de activista, y confunde la discusión, contraponiendo a los argumentos de ciencia sus gustos y prejuicios. Los actores y cantantes ambientalistas tienen millones de seguidores que replican el mensaje, a los geólogos nadie los conoce.
Por supuesto, todo el mundo tiene derecho a su opinión y a expresarla. La pregunta es qué opiniones deben pesar en quien toma decisiones críticas para el país. No sé si el fracking nos conviene o no, pero si se quiere acertar, yo recomendaría hacer los estudios. No hay que tenerles miedo a los estudios ni a sus resultados; más bien, hay que temerles a las decisiones que no los toman en cuenta.
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 22 de julio de 2022.