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Alexander Cambero   

El viaje que inició el primer gobierno de izquierda en Colombia ha dado un giro importante hacia la decepción. La corrupción administrativa viene marcando los pasos de una gestión envuelta en una serie de escándalos que vienen definiendo el transitar del gobierno.

Un locuaz e inoportuno discípulo del buen ron, Amando Benedetti, expelió sus miserias en audios que parecían propios de un huésped de prostíbulo. Un hijo con claras muestras de desapego y frustraciones infantiles, por el abandono, manifestó todo un capítulo de las cercanías del gobierno con el aporte de dineros mal habidos a su campaña electoral.  La respuesta presidencial en ambos affaires es más filosófica que coherente. Se explaya en un anecdotario para consumir espacios sin tocar el abismo de los problemas. Quien prometió honestidad en el ejercicio de sus funciones de pronto tiene el iceberg que arruinó las compuertas de su barco de bravuconadas.   

Las reformas prometidas para transformar la vida del colombiano fueron perdiendo auge cuando el presidente no comprendió que debía convocarlos a todos y no solamente a quienes mecánicamente le aplauden. No ha querido zafarse de sus preconceptos mostrando que actúa de manera caprichosa, le molesta las opiniones distintas, aunque sea un verdadero malabarista idiomático para ocultarlo. 

Las grandes promesas de una redención social significativa solo quedaron en la oferta olorosa de los discursos en la plaza pública. El presidente Gustavo Petro parece no haber sometido a sus propios demonios quienes hacen de las suyas a diario. No ha comprendido adecuadamente el rol que debe tener quien regenta la vida constitucional de la nación. Existe un aire de revanchismo que trata de cuidar las formas, pero que se materializa en posiciones que acarician el personalismo tan determinante en las ideologías totalitarias. Una presencia física en áreas remotas para llevar más populismo que soluciones efectivas, se busca el relato mágico del presidente comiendo en una vivienda humilde, pero sin organizar un plan que garantice un desarrollo sostenible que haga que los pobres puedan labrarse su propio destino. La narrativa sirve al levantarse de la silla del comedor del rancho para culpar a los demás de la penosa situación. Sin proponer algo que verdaderamente cambie sus realidades.

La libertad de expresión ha logrado escapar momentáneamente de la influencia gubernamental por la fortaleza de los medios de comunicación. La intentona de someterlos es subrepticia, paulatina y con ganas de doblarle las rodillas. Lo que no comprenden es que Colombia no es Venezuela.        

Un año de rotundos desencantos. En algunos momentos de sus accionar notamos en Gustavo Petro la impericia para gobernar con desprendimiento y grandeza. El marcado sentimiento revanchista tiene en su genética aposento. Merece Colombia un destino muy diferente. No hay que perder la esperanza y menos las perspectivas.

@alecambero

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