Creí en Juan Manuel Santos y voté por él, la primera vez, confiado, como confió Uribe, en que era su discípulo, y le daría continuidad a la política de los “tres huevitos “, tan exitosa para el país.
Las cifras son no solo indiscutibles, sino sin antecedentes en la historia de la economía colombiana.
Crecimiento del 34.4% en 8 años.
¡Impensable!
La Seguridad Democrática, que es el primer huevito, le trajo una bocanada de oxígeno a la economía del país y acabó con plagas tan duras como las pescas milagrosas, la extorsión y el secuestro.
Recuperó 411 municipios que estaban tomados por el terrorismo y regresaron allí sus Alcaldes.
Santos engañó a Uribe y cambió todo el libreto de su mandato.
Nunca llegué a imaginar siquiera que Santos se fuera a robar descaradamente el mandato de un plebiscito con un 50.2% de la votación equivalente a 6.4 millones de votos que negaron el acuerdo con las FARC en La Habana.
Un premio Nobel confirmado y un bono de más de mil millones de dólares de las Farc, sin confirmar, motivaron esa errada y vulgar actuación de Santos.
Tampoco imaginé que haría esas sucias jugadas de inundar con dinero de Oderbrecht a la Costa Atlántica, para revertir en la segunda vuelta, el triunfo indiscutible de Óscar Iván Zuluaga en la primera vuelta, por más de 700 mil votos.
Ahí mostró Santos su falta total de escrúpulos.
Y hablado de lealtad, compró todos los congresistas del partido de la U, que creó el presidente Uribe.
Se le robó con dinero del presupuesto de la Nación el partido a Uribe y lo puso así a su servicio.
Ese es Juan Manuel Santos.
No es pues gratis la fama de tramposo que tiene.
El acuerdo de La Habana ha sido un fracaso total desde todos los puntos de vista.
Santos hipotecó al país en $ 100 billones para un acuerdo inútil.
Tan inútil, que hoy ya son 3 FARC, en vez de una sola.
Dos disidencias mucho más armadas y envalentonadas que las FARC genuinas.
La JEP, es un tribunal espurio que hoy vale casi un billón de pesos y no ha hecho nada fuera de absolver terroristas.
¡Nada más!
Álvaro Uribe, liquidó el EPL.
Dejó al ELN, en una situación famélica.
Y las Farc, tan diezmadas que tuvieron que liquidar 8 bloques por anemia económica.
Liquidó a Martín Caballero, al Negro Acacio, a Raúl Reyes y al Mono Jojoy.
Y extraditó de un plumazo a los 14 jefes paramilitares más poderosos.
Y no negoció con nadie.
Impuso el imperio de la ley.
Santos sembró una semilla, con la que puso en igualdad de condiciones a los terroristas con la fuerza pública.
Una miserable y asquerosa inversión de valores.
No tengo duda que Santos estuvo detrás de Petro en su elección.
Como siempre detrás de las cortinas.
Y ahora, al ver el país bañado en sangre, un número inimaginable de masacres, 65 municipios fantasmas y 50 policías y soldados asesinados en 4 meses, Santos sale a la palestra.
A rasgarse sus vestiduras por el fracaso y los ríos de sangre de La Paz total de Petro.
Aparece horrorizado y manoteando por este desastre de país.
Qué cinismo.
¡Que sinvergüenza!
Santos sembró la semilla de negociación con el terrorismo.
De eso no hay ninguna duda.
Ningún país del planeta negocia con el terrorismo.
Santos es el aliado de las Farc, que le consiguieron un Nobel chimbo y mil millones de dólares de bono, por firmar ese acuerdo-estafa para Colombia.
¿Se acuerdan Ustedes del grito de Júbilo de Juan Manuel Santos en la Asamblea de la ONU?
“La guerra en Colombia terminó!”
Todo era falso, todo espurio, todo papel.
¡Todo, una billonaria farsa!
¡Igual a Santos!
¡Un tramposo!
Sobremesa 1
Casi la mitad del gabinete Petro lo puso Santos
¿O de dónde vienen Prada, Cristo y Velasco el de las bolsas?
Sobremesa 2
Y dijo Santos que se retiraría a cargar a sus nietos.
Mentiroso.
A hacer daño y perseguir a Uribe.
¡Detrás de las puertas!
¡Farsante!
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El país contra un solo hombre
Álvaro Ramírez González
Es imperativo transcribirles este magistral escrito de Sebastián Sanint.
Identifica con total claridad las razones por las que Petro, es el foco de todos.
¡Y todo es tan complicado, como simple ……!
“En mi entorno —clase media alta, viejos oligarcas y nuevos ricos— hay un consenso inquebrantable: Petro no pasa de 2026.
Es un accidente.
Una anomalía populista que se corrige en las urnas.
Ya casi, como si fuera inevitable.
Hablan como si la historia estuviera escrita.
Como si Colombia fuera una línea recta.
Como si alguna vez hubiéramos estado bien.
Pero lo cierto es que este país nunca ha conocido la verdadera normalidad.
Solo una larga continuidad de desigualdad, violencia, impunidad y cinismo.
El caso es que, en 2025, nuestra discusión política se ha reducido a un solo nombre:
Petro o anti-Petro.
Todo lo demás es ruido.
La oposición no tiene relato, ni proyecto, ni norte.
Tiene rabia, sí.
Y algo de disciplina, en el caso de los uribistas.
Pero están solos.
Los partidos tradicionales se venden al mejor postor semana tras semana.
Juegan a la oposición mientras negocian contratos.
Germán murió con el coscorrón.
Claudia no se sabe si es de aquí o de allá. Ni fu ni fa.
Sergio y Alejandro —los más serios— suenan como profesores en clase virtual.
Los Uribitos, Vicky, María Fernanda… siguen hipnotizados por la campaña de 2002.
Veintitrés añitos de retraso.
En fin: gente que no convence, porque no propone.
No hay una sola idea potente desde ese lado.
No hay un solo gesto que apunte al futuro.
Todo es reacción.
Nada huele a propio.
Mientras tanto, Petro juega con ventaja.
Tiene el Estado: la chequera, los contratos, los cargos.
Y también la posibilidad real de encender el país si le da la gana.
¿Les suena aquello del “estallido social”?
No es paranoia.
Es memoria reciente.
Petro domina el miedo.
Pero también la esperanza.
Y por eso sigue ahí.
Subiendo.
Tiene el monopolio del relato del cambio.
Habla de justicia social, del campesino, del trabajador, de lo indigno que es vivir como se vive.
Y aunque no cumpla, aunque no transforme, aunque falle, aunque esté repleto de escándalos…
por lo menos tiene discurso.
Y el discurso, hoy, sigue ganando votos.
Tiene a los jóvenes.
No porque todos lo adoren, sino porque los otros ni siquiera se han tomado el trabajo de hablarles.
Las encuestas lo muestran estable. Incluso creciendo.
Con apenas 11 a 15 puntos más, puede reelegirse vía delegado.
El opositor más fuerte tendría que escalar unos 40 puntos.
Y no tiene ni las botas puestas.
A su alrededor están los más duchos, los que fuman debajo del agua:
Armandito y Roy.
Personajes imposibles de defender en público,
pero igual de imposibles de reemplazar en campaña.
Ambos entienden la política como es.
No como debería ser.
En modo ludópata: si hoy tuviera que apostarle un millón de pesos al próximo presidente,
lo haría por Roy.
En fin.
La oposición, además de débil, es torpe.
Se le atraviesa a una reforma laboral popular sin entender el momento político.
En un país donde desde siempre oscurece a las seis,
siguen insistiendo en que la jornada nocturna empiece a las nueve.
Solo por poner un ejemplo.
Eso no es solo miopía.
Es ceguera.
Podrían pensar en algo grande.
Un frente común.
Un acuerdo nacional de verdad, verdad.
Un “Pacto por lo Justo”.
Algo que le hable a la calle sin sonar exactamente a Petro.
O quizás sí.
Pero las vanidades no los dejan.
Y los egos no caben en la misma taberna del club.
Siguen insistiendo en la seguridad como carta ganadora.
Sí, el país está que estalla.
Sí, hay regiones tomadas.
Pero la gente ya no vota por la seguridad.
Vota por cambio.
Por la idea —aunque sea vaga— de que algo puede mejorar.
Y quizás el vacío más grande: no hay figura.
No hay carisma.
No hay estrella.
La oposición está lejos de tener su rockstar.
Petro tampoco lo tiene.
Pero compensa con narrativa.
Los candidatos de oposición parecen funcionarios con aspiraciones.
Bien vestidos, bien hablados, bien peinados.
Pero sin calle.
Sin barrio.
Sin panadería.
Les falta algo que no se aprende en Harvard ni en Los Andes.
Les falta taxi.
El mejor analista político de Colombia sigue siendo el taxista que da vueltica por el centro y escucha todo.
Ellos no escuchan nada.
¿Puede perder Petro?
Claro.
Pero no lo van a derrotar con editoriales en El Tiempo, ni con trinos indignados, ni con propuestas que no emocionan ni a sus propios autores.
No, lo que hay en la oposición no es una crisis de poder.
Es una crisis de imaginación.
Y mientras nadie sea capaz de imaginar algo mejor, el que diga “cambio” más fuerte… sigue mandando.”
Sobremesa
¡Es tan simple!
Hay que cambiar toda la estrategia.
¡O perdemos de nuevo!
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