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La revolución colombiana también será sangrienta Destacado

José Alvear Sanín                                                                                

Repasando la vociferante apología de la revolución que hizo Petro el 1° de Mayo ante algunos millares de obreros (llevados por fletados sindicalistas), centenares de indígenas indigentes (arriados por sus opulentos caciques), y empleados públicos (amenazados de destitución), observo un discurso incendiario y abominable, arranque para la fase violenta de la revolución colombiana.

Por eso no es excusable la tibia respuesta de alguna partecita del establecimiento político colombiano ante tamaña provocación y tan explícito anuncio de lo que nos viene, si Petro no es excluido del creciente poder que ostenta, a pesar de su condición de drogadicto, tan desquiciado como empecinado.

Históricamente, la revolución seguía un proceso previo y preparatorio, de 30-40 años, para ambientar las ideas más atrayentes y disparatadas, y para reclutar y preparar los “cuadros”, tanto en el campo político como en el subversivo, hasta provocar el estallido violento de masas que hacía posible el asalto al poder.

Hasta allí, Lenin. Mao se hace dueño de la China agregando la guerra de guerrillas contra un Estado carcomido por la indecisión y la corrupción. La caída de Cuba ofrece un escenario similar, replicado con escaso éxito en todos los países de Hispanoamérica, con la excepción de Colombia, donde a las guerrillas se les entregó voluntariamente buena parte del poder político en 2016, y luego el gobierno, en 2022.

Como, después de 31 meses, Petro no ha podido todavía sumar al del gobierno el poder político absoluto, la revolución va por medio camino. Para completarla hay que dar el golpe definitivo, es decir, la sustitución de la Constitución “burguesa” por otra “popular”, —soviética en realidad—, que se está redactando para ser propuesta a los 1100 comités municipales “espontáneos” que se están organizando para respaldarla...

La revolución consiste en el ejercicio del poder absoluto por parte de una banda criminal que obedece a un jefe único, inamovible y omnipotente. Hacia allá vamos, como lo demuestran los actos del 1° de Mayo.

Cuando analizamos las palabras de Petro ese día, no puede descuidarse lo simbólico. Todas ellas son de clara inspiración castrista, como “¡Libertad o Muerte!”, dilema engañoso y perverso, pero eficaz, frente a masas resentidas, predispuestas al fanatismo, el revanchismo y la violencia.

La diatriba, larga, vulgar y amenazante, estuvo acompañada de la gesticulación correspondiente y de la exhibición de elementos visuales concordantes. Desenvainar una dizque espada de Bolívar y exhumar una “bandera de la Guerra a muerte” no constituyen inocuos artificios retóricos, sino mecanismos para excitar y justificar cualquier violencia necesaria para el triunfo de la revolución.

No hay revolución pacífica. Ella exige el derramamiento de sangre; y Petro lo anuncia, vestido precisamente de rojo. Tampoco ha habido nunca revolución espontánea, porque ella reclama preparación y dirección, lo que hace en las sombras el Politburó comunista que está detrás de Petro.

Del chorro de sangre de la Revolución Francesa se pasó al sangriento cenagal de la Comuna de París en 1870, y de allí a los océanos rojos de las revoluciones en Rusia, México, España, China, Corea del Norte Camboya...

¡Pero, todo eso, en vez de causar espanto, se presenta a la juventud universitaria como el ideal supremo y el único camino hacia la felicidad del pueblo!

 El revolucionario no concibe deleite diferente al baño de sangre. Ya Petro se ve en la cumbre, a la altura de Lenin, Stalin, Mao, Fidel..., y para alcanzar tamaña dimensión no se detendrá ante nada.

Después del discurso      en que anunció tanto el cierre del congreso como su reelección, ya nada queda en Colombia de la Carta, y pronto pasaremos a la denigración y la amenaza a los opositores, hasta que se llegue a la eliminación física de los contradictores, inevitable en toda revolución.

Tenemos que prepararnos para lo que sigue: la nueva Constitución, la de la verdadera consulta popular, que no es la de los 12 puntos engañosos que sirven de pretexto —sean o no aprobados por el Senado—, será exigida al gobierno, tanto por los comités   municipales como por sindicatos, mecanismos de fachada e incontables “organizaciones populares”. El gobierno, entonces, se inclinará ante “la voluntad del pueblo”, porque contará, a partir de Mayo, con el dominio absoluto de la Corte Constitucional, para su “legitimación”.

Así, de hito en hito, en un país sin oposición política real, llegaremos a la reelección en propio cuerpo y a la consolidación del poder comunista, a partir del 7 de agosto de 2026, para imponer el modelo económico y social, que advendrá navegando en el deleitoso río de sangre de la Revolución Colombiana.

Publicado en Columnistas Nacionales

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