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Rafael Rodríguez-J.

Se cumplen 65 años de dictadura y tiranía en Cuba; 65 años de represión, abusos y atrocidades. Tal y como lo demuestra la historia, el comunismo siembra ilusiones, sueños y esperanzas, pero solo cosecha desengaño, desesperanza y miseria.

El desplome gradual e irreversible de la dictadura, está esperanzando al pueblo cubano con el fin del sanguinario y desvencijado régimen impuesto por los hermanos Castro, y ahora prolongado por el remedo de dictador Miguel Díaz-Canel.

A pesar de las detenciones y desapariciones de miles de opositores al régimen, la semilla reprimida de la libertad empieza a germinar en la isla. Hacia Cuba soplan vientos de libertad, y, al parecer, esta vez, no serán pasajeros.

La represión, el desabastecimiento, la ruina, el racionamiento de energía, la inflación y la pobreza extrema que padecen los cubanos, viene despertando resistencia y provocando rebeldía, inclusive por parte del clero católico y de organizaciones confesionales.

Fue así como -en un hecho al parecer sin precedentes- el pasado viernes 17 de mayo, el sacerdote católico Alberto Reyes cumplió su advertencia de protestar con 30 campanadas de su parroquia la Esmeralda en Camagüey, por la constante suspensión del suministro de energía, lo que definió como “La muerte agónica de nuestra libertad y nuestros derechos; la asfixia y hundimiento de nuestra vida

El redoble de las campanas rompió -simbólicamente- la oscuridad de los 30.000 habitantes del pueblo, y, constituye un nuevo acto de protesta que se suma a la posición crítica de la Iglesia católica frente al régimen comunista.

En su cuenta de Facebook el Padre Reyes escribió “Solemne y espaciado el toque, similar al que se tañe durante un cortejo fúnebre. Es un modo de llamar al alba necesaria sobre nuestra tierra hundida en la noche

Luego agregó, “Es una voz perdida en la soledad y la nada de la isla, que pretende despertar a un pueblo que se considera domesticado

Concluyó diciendo, “Somos un pueblo al que se le ha convencido de que, por más que haga, nunca cambiará nada. Somos un pueblo encarcelado de muchos modos, al cual sus captores, antes la mínima reacción de protesta o de búsqueda de liberación, han respondido con la brutalidad del que no está dispuesto a ceder, aunque nos vean languidecer y morir lentamente

Este hecho y los que vienen sucediendo, me hicieron rememorar mi primer viaje a Cuba, en el que conocí a Fidel Castro, así como mis impresiones sobre la situación de la isla 20 años después en que regresé.

Este es mi testimonio:

Conocí a Fidel Castro ya entrado el largo ocaso de su fallida revolución. Fue en noviembre de 1988 cuando asistí como Jefe de la Delegación Colombiana a la Cumbre Iberoamericana sobre Educación y Empleo celebrada en La Habana.

Durante la Cumbre estuve en tres ocasiones con Castro. La primera, durante una suntuosa recepción que ofreció en el faraónico Palacio de la Revolución. Recuerdo, que con notorio atraso y en medio de la impaciencia de los invitados, Castro irrumpió en el salón de fiestas vestido de almidonado verde oliva.

Era Castro en cuerpo presente; el contestatario, el insurgente, el dictador. Su presencia arrogante e imponente creó temor reverencial y enmudeció a los asistentes. Departió con todos, vendió con solvencia y locuacidad los supuestos milagros de su revolución.

Cerca de la media noche, hable con él. En tono coloquial me evocó sus épocas de estudiante en Bogotá, su admiración por la educación colombiana y sus permanentes desencuentros con el presidente Virgilio Barco.

Finalmente, de manera socarrona me dijo: “Rafa, si Barco te ve a mi lado, te reprende”.

Antes de retirarse y de manera muy persuasiva me exhortó a apoyar una propuesta que Cuba presentaría durante la Cumbre sin explicar su contenido. Pasada la media noche, desapareció.

La segunda vez que estuve con Castro fue en la mañana siguiente, durante una jornada de campo, en la que visitamos las “Granjas Revolucionarias”, las cuales, según Castro, garantizaban la seguridad alimentaria de la isla y la obtención de excedentes exportables.

La tercera vez, fue durante la visita a la Isla de la Juventud, en la que Castro nos sirvió de guía. Visitamos los yacimientos de mármol, las “Escuelas Revolucionarias” y la prisión en la que estuvo recluido durante la dictadura de Batista. A la sombra de un frondoso árbol compartimos un largo almuerzo durante el cual, Castro rememoró su gesta épica en la Sierra Maestra.

La víspera de la clausura de la Cumbre y tal y como me lo había anunciado Castro, la delegación cubana me solicitó apoyo a una declaración de condena al embargo norteamericano, la cual rehusé de manera expresa en mi intervención en la plenaria de la cumbre, dada la improcedencia de utilizar una conferencia iberoamericana sobre educación y empleo, para tratar asuntos políticos.

Como era de esperarse, a partir de ese momento, fue evidente el malestar y la desatención de las autoridades cubanas con quienes no habíamos apoyado la proposición cubana.

Mi último encuentro con Fidel Castro no se dio, el que debió haber sido en la clausura de la Cumbre a la que Castro no asistió, probablemente, por no haber prosperado entre las delegaciones la proposición de condena al embargo.

Una semana en Cuba me resultó suficiente para advertir pobreza, recesión y resignación; para palpar coacción y sometimiento; para ver proscrita la libertad y para evidenciar que Castro ya no era el emblemático líder que inspiraba sentimientos de dignidad en la juventud.

El que conocí, era un Castro mesiánico, de verbosidad envolvente y megalomanía extrema. Era un dictador enceguecido por el resentimiento, el odio y la pasión.

Luego de 20 años regresé a Cuba, lleno de ilusiones y esperanzas de encontrar un cambio. Pero no; lo que encontré fue ruina, miseria, desolación y prostitución. Ya era insostenible el régimen, pero se mantenía a fuerza de amenaza y coerción. Desde entonces no he querido volver a la Isla, y tan solo regresaré, si antes cae la dictadura.

Fidel Castro mató las ilusiones y esperanzas de varias generaciones y malogró la primavera de una social democracia posible. Cambió pluralismo por absolutismo; amordazó la disidencia; fletó la obsecuencia; desterró a intelectuales; encarceló a contradictores; prometió democracia y estableció dictadura; y, ultrajó, torturó y asesinó por doquier.

Los pírricos y sobredimensionados logros de la dictadura cubana en salud y educación, son vacuos e inocuos frente al sacrificio ofrendado por un pueblo que terminó siendo prisionero de una revolución fallida.

Fidel Castro hizo de Cuba la prisión más grande del mundo. Sólo de las prisiones se escapan los prisioneros y los que no lograron escapar, al parecer, están decididos a desterrar o encarcelar a los carceleros.

Colofón. Si alguien es artífice de la rebelión del pueblo cubano contra el sanguinario régimen comunista, es la bloguera y twittera cubana Yoani Sánchez, galardonada con el Premio de Periodismo Ortega y Gasset.

Yoani Sánchez encarna el mayor ejemplo de lucha por la libertad de pensamiento y expresión, y de resistencia pacífica y civil ante la cruel y ruinosa dictadura impuesta por los hermanos Castro y ahora, a medio mantener por el dictadorzuelo Miguel Díaz-Canel.

Conocí a Yoani Sánchez en Cartagena, cuando los vergonzantes burgueses comunistas, organizadores del Hay Festival se equivocaron y la invitaron. Su intervención fue conmovedora, profunda y elocuente en contra del comunismo y en favor de la libertad.

Invito a que sigan en X a @yoanisanchez y disfruten todas las mañanas su breve Cafecito Informativo, el que se toma amargo y sin azúcar, y entre tanto, narra las vicisitudes y horrores que padece el pueblo cubano.

Yoani Sánchez dignifica la humanidad. Dios la proteja del desespero del moribundo régimen cubano.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Litigante. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

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