La mañana de este 18 de febrero de 2022, cuando iniciaba el Foro Madrid en Bogotá, Colombia, reuniendo a líderes de decenas de países en torno a la defensa de la democracia, la libertad y los derechos humanos, y para combatir la expansión del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla, grupos de porros cercanos a la candidatura de Gustavo Petro vandalizaron las instalaciones del hotel sede del evento.
Todos los delincuentes -autonombrados como “antifascistas” y con la hoz y el martillo por delante-, como siempre, con capuchas y enmascarados, arrojaron piedras, rompiendo vidrios, y usaron algún tipo de material explosivo que causaba humaredas, al tiempo que hacían sonar una suerte de rap comunista.
Por supuesto, el Foro Madrid pudo continuar, con la valentía y entrega de los participantes, entre los cuales está el ex canciller de Jair Bolsonaro, Ernesto Araujo, Alejandro Peña Esclusa, Javier Milei, María Fernanda Cabal, Jorge Martín Frías -el dirigente de la Fundación Disenso-, el gran luchador europarlamentario de Vox, Hermann Tertsch y Víctor González -vicepresidente económico de ese partido, que dicho sea de paso, triunfó en las elecciones de Castilla y León, como nadie más lo hizo-.
Estos ataques de la ultraizquierda aliada a los narco-comunistas y a los narco-gobiernos, cercana a Maduro, al castrismo, tanto como a Lula da Silva y a Daniel Ortega, no son una expresión social legítima de inconformidad, porque no brota de la ciudadanía, sino que es financiada por intereses geopolíticos y económicos ajenos al bien común.
Las estrategias de ataque urbano de las izquierdas en todo el continente americano son bastante similares. Desde lo que ocurre en Estados Unidos, con terroristas domésticos como Antifa y Black Lives Matter, pasando por México, con grupos “anarquistas”, feministas, o comunistas, hasta Chile, Argentina y Colombia.
En Estados Unidos, el supremacismo negro intimida y noquea en las calles a personas de raza blanca sólo porque son de esa raza, hostigando incluso a mujeres de edad avanzada en centros comerciales, golpeando, empujando, hiriendo.
En México el marxismo posmoderno encarnado en el supremacismo indigenista, feminista y LGBT, irrumpiendo en las celebraciones católicas, atacando sacerdotes y mujeres policías, agrediendo la estatua de Cristóbal Colón, destruyendo bancos españoles y McDonalds u Oxxos.
En Chile destruyendo transporte público, quemando iglesias, atacando manifestaciones de José Antonio Kast, y convocando un gran reseteo constitucional. En Argentina organizando supremacistas aborteras. En Colombia con estallidos de guerrilla urbana ligadas a las FARC y otras organizaciones narcoterroristas.
Todas las acciones anteriores expresan las primeras fases de una guerra popular prolongada posmoderna: se trata de hostigamientos permanentes de baja intensidad contra símbolos específicos, ya sea de los valores fundacionales de Occidente, o del capitalismo: Dios, la religión católica, la hispanidad, la propiedad privada, el dinero ahorrado, el comercio libre, la patria, las libertades y los derechos.
La guerra popular prolongada posmoderna no ataca personas anónimas sino en la medida en éstas encarnan aquello que odia el agresor: agrede símbolos, es una suma de batallas por la hegemonía de los signos. Es prolongada: no aspira a logros inmediatos, los ataques generan desgaste en el atacado y sirven de propaganda permanente.
El marxismo posmoderno es el pandemonium donde coinciden todas las expresiones de izquierda contemporánea, todos los nuevos supremacismos zurdos, y luchas añejas, como la de obreros y campesinos pobres, contra ricos.
Pero hoy todos sus activistas han adoptado conceptos cuyo origen está en las ideas de Mao Tse Tung, tanto en su criminal Revolución Cultural, como en los esquemas de la guerra popular prolongada, a la que se ha aplicado una reinterpretación cultural, en el marco filosófico de la posmodernidad.
El estratega de la guerra popular prolongada fue Mao, un nombre que, bajo un análisis geoestratégico serio, cada vez cobra mayor relevancia, puesto que sus ideas son el fundamento del comunismo chino, pese a los ajustes que éste ha tenido que adoptar para su mejor exportación y la consolidación de la nueva hegemonía económica.
La maoísta guerra popular prolongada, en una de sus varias versiones posmodernas, aconseja el amedrentamiento, el hostigamiento permanente, constante, aunque al inicio de baja intensidad, contra las instituciones o símbolos de la democracia liberal, tanto como expresiones del capitalismo, sean los que sean, y esto incluye vandalizar bancos, sedes de partidos políticos, templos, casas particulares, negocios, universidades.
La idea es tener bajo asedio psicológico a quien consideran enemigo: rodear su paradero, grafitear, insultar, lanzar piedras, bombas molotov, autos en fuego, poner barricadas, incomodar, violentar, incendiar, e incluso, en fases posteriores, con el comunismo más consolidado, causar muertes y destrucciones mayores.
La guerra popular prolongada posmoderna se extiende por todo el continente americano. Inspirada en el maoísmo, es la avanzada guerrillera y político-cultural del marxismo posmoderno, que a su vez pavimenta la nueva hegemonía geoestratégica china.
La resistencia está a la vista: es nuestra contrarrevolución cultural, que debemos establecer y expandir en todos los frentes: político, social, legislativo, gubernamental, judicial, cultural, económico, financiero, universitario y pedagógico, familiar, deportivo y artístico.
Todos debemos constituirnos como escritores, autores, influencers, periodistas, creadores de contenidos, productores audiovisuales, profesores, maestros, conferencistas. Es nuestra obligación moral para luchar. Debemos emprender las 7 defensas de la Contrarrevolución cultural: Fe, vida, familia, propiedad privada, patria, libertades y derechos universales.
Tomado de Panam Post
https://noticias24venezuela.net/, Caracas, Venezuela, 19 de febrero de 2022.