Me explico: el pasado miércoles se conoció la encuesta de Invamer Gallup donde Ospina aparece con un rechazo del 73% de los caleños y una aceptación de apenas el 18%. El 83% de los encuestados afirman que la ciudad está empeorando mientras solo el 9% afirma que va bien.
Es decir, para los habitantes de la villa fundada por Sebastián de Belalcázar su alcalde ya no manda como le ordena la ley y su ciudad ha caído en el peor de los mundos. Y a juzgar por la tendencia que muestra una caída de once puntos en solo tres meses, cada cosa que haga Ospina es rechazada ya de manera clamorosa por sus gobernados.
Pero a él y a su gobierno no parece importarles lo que piensan sus súbditos y siguen usando el presupuesto para lo que tengan a bien. Nada de recuperar la ciudad de los destrozos que dejó la violencia desencadenada durante 45 días a partir del 28 de abril de 2021, ni de reparar el sistema de transporte que está quebrado y su infraestructura destrozada. O de liderar la recuperación de la confianza en Cali y atender las quejas de la ciudadanía.
O de cumplir las promesas que hizo hace doce años con las 21 megaobras que el municipio cobró con valorización y no terminó. Nada de resolver los problemas de inseguridad, el caos del tránsito, el mal estado de las calles o la invasión de los buses que inundan las vías y reviven la guerra del centavo, mientras las motos hacen lo que quieren.
Ospina está en otra cosa distinta a cumplir el mandato que le dieron hace dos años. Está empeñado por ejemplo en la tal Cali Inteligente que puede costarle a la ciudad $400.000 millones. O en las rumbas que solo en diciembre le costaron $25.000 millones y fueron financiadas con los impuestos que pagan los contribuyentes. O en seguir impulsando la contratación directa mediante los convenios interadministrativos. O en hacer más bulevares que le costarán $100 mil millones a los caleños, así no se terminen.
Esa es su revolución. Él está en otro mundo, mientras apoya a Gustavo Petro y sigue vendiendo la idea de que la paz en Cali ha sido posible gracias a su gestión y la de sus aliados. Es el socialismo Siglo XXI que se tomó a la capital del Valle a través del clientelismo que lo respalda y puede regarse por toda Colombia si la indolencia y el desinterés siguen creciendo.
Es el mundo de Ospina, donde no cuentan las necesidades ni la voz de los ciudadanos. Para eso es el dueño de la alcaldía, del presupuesto, de la burocracia y de los contratos. Por eso no es sujeto del control político que debe ser ejercido desde el Concejo y parece inmune a los procesos que duermen en la Fiscalía hace una década o a las investigaciones administrativas y fiscales de la Procuraduría y las contralorías.
Y por eso, el 83% de los caleños piensan que su ciudad va de mal en peor y solo el 18% tiene una opinión favorable de Ospina, mientras su director de Planeación se empeña en arreglar con materas el caos que vive Cali y padecen dos millones de personas. Es el mundo al revés donde la democracia es apenas un formalismo que legaliza más no legitima los malos gobiernos.
PD. Increíble que el alcalde tenga la facultad de decidir si se entregan o no las planillas en las cuales se recogerán las firmas para su revocatoria.
Es decir, de él depende que se ejerza el derecho constitucional a revocar su mandato. ¡Vivir para ver!
Sigue en Twitter @LuguireG
https://www.elpais.com.co/, Cali, 20 de febrero de 2022.