Ya es costumbre que las marchas espontáneas de trabajadores se vean empañadas por la presencia de personas cuyas intenciones distan de cualquier reclamo de justicia laboral y, por el contrario, tienen un lineamiento intimidatorio, extorsivo y amenazante para el país. Es una advertencia del gobierno nacional a la sociedad civil sobre su capacidad para convocar, no al pueblo real, sino a sus ejércitos incendiarios que vienen fortaleciéndose desde la fatídica toma guerrillera de hace cuatro años. Una demostración de que la fuerza laboral del país está siendo suplantada en su justa lucha por una camada terrorista y vandálica; y que el desespero presidencial para ocultar el rechazo mayoritario del pueblo, lo lleva a movilizar con oportunismo gran cantidad de desocupados totalmente ajenos al trabajo, pero íntimamente ligados a los intereses aviesos presidenciales.
¡Y los buenos, en silencio! Es lo que está pasando en todas las áreas del gobierno y del país en general: una inmensa mayoría que repudia a Petro, guarda silencio y parece resignada a la destrucción colombiana, mientras unos pocos esbirros, cuyas acciones producen escándalos ensordecedores, copan los espacios y dejan su huella de violencia simbólica en paredes, muros, ventanas, espacios públicos y privados; y de su violencia mortal en cementerios donde van a parar niños y adultos inocentes, y miembros de la fuerza pública que son asesinados con la venia presidencial al terrorismo.
¿Y las leyes? ¿Y la obligación constitucional del Estado de proteger vida, honra y bienes de las personas? ¿Y la presencia institucional para detener los atentados? ¡Simplemente se las pasan por la faja! Como todas las normas que Petro desafía a diario, y todas las decisiones judiciales que el gobierno desconoce con altanería y soberbia, ante una expresión de impotencia e inutilidad de jueces y magistrados.
¿Seguiremos callados? ¡Qué horrible! Se están cumpliendo los pronósticos sobre la instauración de una dictadura que no se dejará sacar del poder por las vías constitucionales en 2026. Los hechos son notorios y la forma como el sátrapa está acolitando las turbas de personas indeseables apuntan a que este gobierno, al estilo de Pablo Escobar (su amigo), prefiere convertir a Colombia en una tumba masiva, a entregar la presidencia al final constitucional de su mandato.
El 2026 ya llegó, y vemos a los enemigos de la Patria cada vez más unidos y envalentonados, mientras la gente decente solo llora y protesta casi en silencio, como resignada a que ya no tenemos remedio. La desesperanza se está apoderando del país, y esto solo significa la continuidad en el poder de este terrorismo diabólico que hoy nos domina.