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Jesús Vallejo Mejía

Según el DRAE, espurio significa falso o bastardo. Por extensión, quiere decir ilegítimo.

Conviene recordar que quien nos desgobierna fue condenado por sentencia judicial a pena privativa de la libertad por porte ilegal de armas. Como estaba preso, no pudo participar en la atroz toma del Palacio de Justicia que perpetró el M-19 en noviembre de 1985. Dada esa circunstancia, la de haber sido judicialmente condenado, si se hubiera aplicado el artículo 197 de la Constitución Política, en concordancia con el artículo 179-1 id., su elección para la Presidencia de la República habría sido nula. Pero hace años, cuando alguien intentó que se anulara alguna elección suya, el Consejo de Estado desestimó la causa por cuanto no se pudo aportar copia auténtica de la sentencia condenatoria. ¡Alguien había sustraído el original del expediente en que constaba el proceso! ¿Ocurrió ello por obra de bibibirloque? Vaya uno a saberlo. Pero lo cierto es que muy probablemente esa sustracción implicó una modalidad del delito de falsedad documental que a nadie se le ocurrió investigar.

Habida consideración de estos antecedentes cabe afirmar que estamos bajo el poder de un gobernante espurio.

Es, además, indigno.

Hace poco me referí en este blog al tema de la indignidad presidencial, señalando que es un concepto que va más allá de la legislación penal, pues se reviste de connotaciones morales e incluso propias de los códigos no escritos de la urbanidad y las buenas maneras.

Que quien nos desgobierna es zafio, es decir, grosero y tosco en sus modales, carente de tacto en su comportamiento, es algo que salta a la vista. El DRAE lo describe tal cual es. Su conducta no es la que se espera de quien, de acuerdo con el artículo 188 de la Constitución Política, simboliza la unidad nacional. Todo lo contrario, según puede apreciarse en el vitriólico y hasta nauseabundo discurso que pronunció en la plaza de Bolívar el pasado 1 de mayo (vid. https://www.rtvcnoticias.com/discurso-de-petro-completo-1-de-mayo), pues ahí afloran el odio, el resentimiento, la violencia verbal y otras torpes manifestaciones de su desquiciada personalidad.

Si alguna duda cabe acerca del comportamiento indigno del que de modo espurio ejerce la primera magistratura, basta para dilucidarla con escuchar esa pieza que está en los antípodas de la oratoria de Demóstenes. José Obdulio Gaviria acierta cuando la califica como "barriobajera".

Siguiendo la recomendación de su áulico Guanumen, a quien premió con un buen puesto en la diplomacia, se ha esmerado en "correr las líneas éticas" de su desgobierno, para incurrir en múltiples desafueros verbales del todo impropios de la alta investidura que ostenta. Lo reitero: insulta, lanza acusaciones temerarias, tergiversa, azuza, disocia, enardece a su auditorio y lo incita a la rebelión.

En el célebre debate sobre la pena de muerte que enfrentó a Antonio José Restrepo ("Ñito") con el maestro Guillermo Valencia, aquél se atrevió a apostrofar al gran poeta payanés diciéndole "jayán insolente". Este apelativo fue a todas luces inadecuado en esa ocasión. Ahora, en cambio, le viene como anillo al dedo al gárrulo personaje que dice encarnar las más profundas aspiraciones de nuestro pueblo.

La prueba reina de su indignidad anida en el fatídico discurso de marras: ha anunciado sin reato alguno que si se da cumplimiento a lo que paladinamente dispone el artículo 109 de la Constitución Política sobre pérdida del puesto para quien violare las restricciones sobre financiación de su campaña electoral, no sólo desconocerá el fallo, sino que convocará al pueblo para que salga a las calles a impedir su ejecución. En pocas palabras, ello significa que violará la Constitución Política que juró solemnemente cumplir el 7 de agosto de 2022.

¿Qué otra muestra de comportamiento impropio de su elevada investidura se requeriría para acreditar su indignidad para ejercerla?

Publicado en Columnistas Nacionales

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