El manifiesto comunista desprecia a inventores, emprendedores y protagonistas del progreso material y cultural, etiquetándolos como “burguesía explotadora”. “Clase alta, oligarcas y nuevos ricos”, es el lenguaje que resuena en Colombia, como se observa en el artículo de Sanint.
Él sostiene que la oposición colombiana ve a Petro como una anomalía populista que se corregirá en las urnas de 2026 como un desenlace casi inevitable y no producto de nuestro esfuezo dialéctico. Quienes hemos enfrentado al Socialismo del Siglo XXI y al Foro de São Paulo, promovido la Seguridad Democrática, la persecución del crimen y el ejercicio firme de la autoridad, no compartimos esa visión algo simplista. Sanint nos lanza como una acusación el que pensemos que Colombia “alguna vez estuvo bien”. Nosotros en cambios repetimos sin sonrojarnos que sí, que Colombia estaba mucho mejor antes del régimen del socialismo del Siglo XXI, del régimen de Petro y Benedetti. Nuestra trayectoria refleja una lucha constante por la libertad, no una nostalgia lineal.
Para algunos, Colombia nunca ha sido justa. Con proclamas como las de el ELN en Simacotá o los Cantos a Marquetalia de las FARC, se niega el progreso económico, social, político y de infraestructura del país, especialmente durante el gobierno de Álvaro Uribe. Se repite el relato marxista de un país violento, desigual e infeliz, ignorando obras como Colombia, una nación a pesar de sí misma de David Bushnell, Nación soñada de Eduardo Posada Carbó, Fortalezas de Colombia de Fernando Cepeda o mi libro Sofismas del terrorismo.
Para Petro, Santos y Claudia López, Colombia es una continuidad de desigualdad, violencia e impunidad. Esto los llevó a firmar el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto, que los uribistas enfrentamos con decisión, mientras éramos tildados de fascistas por la Colombia “ilustrada”. La confrontación entre socialismo y libertad, vista en Argentina con Milei, en Estados Unidos con Trump-Vance, en el Madrid de Ayuso o en El Salvador con Bukele, se definirá en las elecciones de 2026. Sanint reduce esto a una discusión “Petro o anti-Petro”, afirmando que la oposición carece de relato o proyecto. No coincidimos. Sí que lo tenemos.
El Centro Democrático tiene un proyecto claro, basado en las ideas de la libertad, inspiradas en la Escuela Austríaca y el rechazo al movimiento woke. Uribe, con 60% de favorabilidad, lidera una oposición forjada en disciplina y resistiendo embates judiciales del senador cercano a las FARC. No estamos solos: mientras algunos partidos tradicionales negocian contratos, sí, con el poder, nosotros permanecemos firmes y triunfando en una lucha contra la corriente, como en 2002, cuando todos apoyaban la “solución política negociada” y nosotros defendíamos la Seguridad democrática.
Es crucial aclarar: Claudia López es la tercera en la jerarquía del petrosantismo; Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria, lejos de ser neutrales, han abrazado una izquierda radical. Fajardo colaboró con aliados de las FARC en Medellín, como el comandante “Mateo” y la “mona” González, mientras Gaviria fue ministro del gobierno Petro. No son bisoños, sino agentes del socialismo.
Las ventajas circunstanciales de Petro —control del Estado, recursos, cargos— no son insuperables. Uribe lo demostró en 2002, 2014 y 2018, al igual que Milei en Argentina y María Corina en Venezuela en 2023, derrotando aparatos estatales. Hoy, Colombia enfrenta una crisis: operación pistola contra policías, 300 mil hectáreas de coca, fronteras sin ley y corrupción rampante. Pese a esto, el uribismo, sumado, lidera las encuestas.
El “estallido social” de 2019 en Ecuador, Chile y Colombia no fue una revuelta espontánea, sino una operación coordinada del Foro de São Paulo para desestabilizar democracias. La prensa de izquierda romantizó la violencia, llamando “primera línea” a grupos que incendiaban infraestructura y mataban policías. Fue un putsch disfrazado de protesta, ejecutado por las fuerzas extremistas que llevaron a Boric y Petro al poder y casi logran ganar en Ecuador.
Petro domina el miedo, no la esperanza. Su base inicial, formada por académicos amigos de Uprimny, Carolina Sanin, Fajardo o Alejando Gavria, de sindicalistas, de guerrillas desmovilizadas, de ambientalistas neomarxistas y de colectivos woke, no crece. En contraste, las ideas liberales triunfan en Argentina, Estados Unidos, Italia, Rumania, Ecuador, promoviendo un Estado reducido, desregulación y rechazo a la ideología de género. En 2026, la oposición derrotará a los “estallidistas” que ganaron en 2019 y 2022, porque son falaces y degenerados.
Nuestra campaña hablará claro, sin imitar a Petro, Maduro o Correa. La seguridad es la razón de ser del Estado, y votaremos por el cambio, que es decirle adiós al Socialismo del Siglo XXI. La gente apoyará el regreso de políticas como la Seguridad Democrática, en un escenario de cohesión social y crecimiento económico.
En 2026, demostraremos que la oposición no es débil: vencimos en 2002, 2006, 2010, 2014 y 2018, y lo haremos nuevamente con las consignas de la libertad, la Seguridad democrática y la cohesión social.
Mayo 8, 2025