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El circo 'pobrecista' Destacado

Ivan Duque Marquez                                                                                       

Hoy en día con las capacidades de manipulación algorítmica y de diseminación exponencial de desinformación, activar odio y traducirlo al mensaje político parece ser el destino amenazante al Estado de derecho

Uno de los grandes dramas de la política contemporánea es la captura del debate por parte de extremistas, polarizadores, odiadores y mentirosos estridentes que buscan fidelizar adeptos con mensajes llenos de resentimiento y lucha de clases. Apelan al llamado liberador de los «oprimidos» frente a las «elites» y buscan destruir cualquier orden existente con el argumento de la «revolución» o de un «renacer» que solo ellos como «mesías» luchan infatigablemente contra el sistema.

Por lo general, a esta peligrosa categoría de «líderes» se les nota una combinación de megalomanía y sociopatía que se compara con la de los grandes héroes de la humanidad, como si se tratara de una reencarnación y buscan ser la víctima de todas las circunstancias para mimetizar sus grandes fallas y defectos. Del mismo modo buscan cooptar a sus adeptos con distorsiones de la realidad y convertirlos en barras bravas irreflexivas que idolatran a su «corifeo» sin importar sus evidentes comportamientos carentes de ética, moral y sensatez.

Estos patrones no son extraños en la historia de la humanidad y casos donde esas desviaciones de personalidad se unen a aparatos propagandísticos, narrativas multiplicadas con el apoyo de células y grupos de interés y favorecidas muchas veces con momentos de adversidad colectiva, han causado tragedias dantescas, como es el caso del nazismo. No obstante, hoy en día con las capacidades de manipulación algorítmica y de diseminación exponencial de desinformación, activar odio y traducirlo al mensaje político parece ser el destino amenazante al Estado de derecho.

En el caso de Hispanoamérica, esta peligrosa forma de liderar y gobernar ha sido utilizada por los movimientos y figuras del denominado Foro de Sao Paulo y recientemente el Grupo de Puebla. En su forma táctica de obrar construyen aparatos de difusión y «bodegas» capaces de estructurar ejércitos de bots para diseminar la lucha de clases y activar odio, resentimiento y un llamado a la «transformación social» en contra de demonios como «el capitalismo», el «neoliberalismo» y las «élites». Basta con escuchar los discursos de Chávez, Maduro, Correa, Ortega, Evo Morales, los Kirchner, Lugo y Petro, entre otros, para entender que se trata de un circo de narrativas, términos, enemigos y mensajes que buscan fracturar la sociedad y apelan al término «progresistas» para aglutinar sus falsas promesas de desarrollo, integración y prosperidad.

En lugar de representar progreso terminan generando pobreza, pérdida de poder adquisitivo y afectación en los sectores llamados a generar empleo

Hasta ahora el término de «progresistas» como era de esperarse representa todo lo contrario. Todos los gobiernos donde han pisado estos exponentes de la ideologización radical anti-empresa, anti-libertad económica y anti-propiedad privada, han terminado en graves problemas fiscales, crisis inflacionarias, desconfianza de los inversionistas, debilitamiento de la estabilidad institucional, fuga de capitales, devaluación y castigo de los mercados en el costo del endeudamiento. Por ende, en lugar de representar progreso terminan generando pobreza, pérdida de poder adquisitivo y afectación en los sectores llamados a generar empleo. Solo con apreciar la inflación desmedida en los gobiernos Kirchneristas, el agotamiento de la bonanza gasífera en Bolivia durante los gobiernos del MAS, el éxodo de millones de venezolanos y el desbalance fiscal de Petro en Colombia, sería suficiente para validar los estragos a los que pueden someter a sus pueblos.

Pero, ¿cómo sobreviven estos gobernantes ante sus deplorables resultados? Sencillamente apelando a la combinación de distracción y escándalo mientras buscan fidelizar adeptos radicales en la educación pública, los sindicatos y grupos indígenas, además de millones de beneficiarios de programas asistenciales, a quienes les venden la idea de que luchan por ellos, cuando en realidad son sus principales víctimas en el mediano y largo plazo. Distraen a la sociedad con sus actos, sus expresiones estridentes, sus comportamientos personales dudosos, sus defectos éticos y buscan victimizarse frente al ataque de los «medios de comunicación» que no los quieren por no pertenecer a los «consentidos del capital». También usan el retrovisor como arma constante, abusan en el uso de los medios de comunicación, intimidan periodistas, empresarios y gremios, buscan cooptar los organismos de control y una parte de la justicia para implementar su arma predilecta: la politización de la justicia y la judicialización de la política, de tal manera que puedan lograr el asesinato moral de sus adversarios y contradictores.

Se venden como personas del pueblo, cuando en realidad buscan enquistar una suerte de oligarquías esquilmadoras del Estado

Lo más peligroso de este grupo de políticos, llenos de cinismo, es que son efectivos en la comunicación y enarbolar las banderas de sus carencias y acusar a sus adversarios de todo lo que ellos practican de manera constante. Son abanderados de la moral y la transparencia, cuando en realidad están salpicados de escándalos de corrupción por todos los costados, debido a su cultura amiguista de llegar al poder para satisfacer el apetito pantagruélico de los contratistas financiadores de antaño. Se venden como personas del pueblo, cuando en realidad buscan enquistar una suerte de oligarquías esquilmadoras del Estado y no tienen reparo alguno de abusar de los bienes públicos. Les encanta hacer llamados a la identidad ideológica, cuando en realidad están dispuestos a pactar con el que sea para mantenerse en el poder, así implique inclusive abrir las puertas del Estado a pactos secretos con el crimen organizado o soterrados delincuentes de cuello blanco.

En el proceso de ascenso y consolidación del poder pobrecista existe algo de culpa en los otros sectores políticos de centro y centro derecha. Mientras en los círculos del Foro de Sao Paulo son capaces de unirse en torno a unos elementos mínimos de pensamiento gracias a las repartijas de los «feudos» estatales, en los sectores llamados a derrotarlos con coherencia, congruencia y gestión, las pequeñas diferencias mutan al terreno de batallas insalvables llenas de ataques personales, puñaladas traperas, descalificaciones insultantes y minimización de factores que merecen reconocimiento y admiración, entrando en el peligroso fango del narcisismo. Por esa razón una de las estrategias predilectas de los pobrecistas es la división y fractura de sus adversarios y bajo ese método han logrado salir airosos consolidando una base mínima del 30 por ciento del electorado.

Permitir que los pobrecistas sigan ganando terreno es condenar a nuestros pueblos al fracaso, a la destrucción macroeconómica, a la miseria, al paternalismo estatista, a la captura de la democracia y las instituciones y validar los intereses que quieren someter a Hispanoamérica a la influencia de países y grupos de países que quieren alterar el orden mundial implosionando las bases de la Democracia Liberal.

El deber de derrotar a los pobrecistas implica disciplina en el mensaje, nutrición ideológica de partidos, movimientos, gremios y sectores activos de la población, unidad ideológica en los fundamentos de la seguridad, la economía de mercado, brindar oportunidades a los más vulnerables y hacer de la inversión y la iniciativa privada el motor del empleo y el crecimiento. Los triunfos de Milei en Argentina y Noboa en Ecuador, al igual que los escenarios que se abren en Chile, Perú, Brasil, Costa Rica y Colombia, deben servir para que desde los antagonistas naturales al Foro de Sao Paulo, se busque unidad y no se replique el sectarismo, se defienda la institucionalidad y no se someta a caprichos tentados por el autoritarismo y asuman una capacidad necesaria de aglutinación en propósitos de corto, mediano y largo plazo.

Hoy más que nunca Hispanoamérica se juega su destino frente a una amenaza que ha mostrado como destruye todo lo que con esfuerzo se ha construido institucionalmente a pesar de nuestras imperfecciones históricas. No obstante, la evidencia de la pobreza que causan, la pérdida de valor que consolidan y la corrupción que impregnan es el argumento más contundente para consolidar una unidad democrática para cerrar definitivamente el capítulo del circo 'pobrecista' en Hispanoamérica.

11/05/2025

Publicado en Columnistas Nacionales
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